Dos

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Cuactémoc era alguien que se consideraba fuerte, pero la verdad es que todos tenemos debilidades, no es nada fácil que después de haberse besado con tal intensidad Aristóteles solo se fuera a besar con alguien más.

Y es que ni siquiera esperó a que el menor saliera de su casa, la chica apenas había puesto un pie dentro y el de cabello ondulado ya estaba casi sobre ella.

Para el pelinegro esa era una manera de borrar su pecado, besándose con una chica eliminaría todo rastro de los besos de su amigo, aunque si se concentraba lo suficiente aún podía sentir sus labios.

─ Hmn ─ Aclaró su garganta esperando que así dejaran de darle ese asqueroso y ridículo show. 

─ ¿Qué pasa? ─ Preguntó la chica desconocida para él.

─ Aristóteles, me voy ─ dijo pasando de largo a aquella chiquilla. Aristóteles se tensó.

─ Yo...Está bien ─ dijo enredando apropósito sus dedos con los de la chica. Temo no pasó eso desapercibido, pero aun así solo sonrió nostálgicamente mientras negaba con la cabeza, la chica también sonrió, la ingenua pensaba que el castañito le estaba sonriendo a ella.

─ Suerte... ─ habló mientras se acercaba peligrosamente a él y sostenía su otra mano. La chica solo miraba confundida al sentir como el pulso de Aristóteles se aceleraba ─ campeón.

Dio una pequeña caricia en el dorso de su mano y seguido de esto se acercó más y palmeo su hombro, al alejarse les dio una sonrisa cínica, se podía sentir a gran distancia la acidez de esta.

Seguido de esto salió de la casa.

─ ¿Qué fue eso? ─ otra vez esa empalagosa voz.

El chico se encontraba en shock y sus manos temblaban, no podía creer que había esperado que Temo lo besara nuevamente ahí, frente a la muchacha.

─ ¿Estás bien? ─ volvió a hablar la menor. ─ eso fue... raro. ─ dijo mientras intentaba imitar a Temo, acariciando su mano e incluso un poco más, sin embargo, ese toque ni siquiera inmutó a Aristóteles, ella frunció el ceño y se acercó para besarlo otra vez.

El chico se apartó justo antes de que eso pasara.

─ Por favor vete. 

─ ¿Qué diablos te pasa?

─ No quiero que estés aquí, es todo.

La chica enfureció e hizo una rabieta ahí mismo, Aristóteles solo la miraba con aburrimiento.

─ Maldito closetero de mierda.

Dijo y entonces el pelinegro también se enojó, la tomó por el brazo sin lastimarla y la echó.

─ ¡Yo no soy un maldito pecador! ─ gritó y le cerró la puerta en la cara.

Do not love me ; AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora