Capítulo único

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Estrellas en el desierto


El alba asoma por los ventanales del Garrison, el toque de diana, el reinicio del ajetreo que corresponde a cualquier academia espacial.

—¡Todos arriba! —ordenó Iverson, haciendo abrir las compuertas de las recamaras y sobresaltando a todos los jovencitos adormilados adentro.

Él ya estaba despierto.

Antes del amanecer, lo estaba.

Aún le costaba acostumbrarse a ello, a tener que obedecer órdenes sin chistar, a no pensar en más que jerarquías y a lidiar con gente absurda.

Probablemente y ni tenía un solo amigo en toda la academia.

Mirando a la ventana ignoraba las sillas removerse y el escandalo habitual hasta hacerse silencio y salir.

—¿Y si le decimos para que esté con nosotros en el examen de vuelo? —cuchicheó alguien delante de él. Con el rabillo de ojo lo notó.

—¿Kogane? Tsk, estás loco —rechazó el otro negando enérgicamente con la cabeza.

—P-Pero es buen pilot-

Se levantó y colgándose la mochila al hombro les miró.

—Tranquilos, que a mí tampoco me interesa trabajar con ustedes —interrumpió con simpleza, yéndose del salón.

Para muchos compañeros era el bicho raro, para muchos profesores el mocoso con suerte, para todos; algo sobrante.

Caminaba los pasillos con las manos a los bolsillos y el ceño fruncido de siempre. Aquel que repelía a los demás de lo realmente era.

—¡Keith! —una voz atrás le llamó. Sus oídos la reconocieron, tal cual el hormigueo en su interior. Al girar esa amplia sonrisa de ojos como medias lunas le sacudió esa mala cara.

—Shiro —sonrió.

No, no tenía ni uno solo.

Porque Takashi Shirogane no era su amigo.

En cambio, fue más que eso.

Le había salvado la vida, ese día que tendió su mano y le miró distinto a cómo otros lo hacían.

Había creído en él.

Una mano amiga, unos ojos rasgados abrumadoramente brillantes, una semilla en su interior, que con más contactos y sonrisas como esas, germinaba taimada.

Shiro era como un ídolo entre los pasillos del Garrison. Un heredero digno de su madre, una eminencia en su época, un joven brillante.

¿Y él? Los recuerdos de su madre eran tan difusos como para compararse, y en cambio, la soledad que se le estancó en el pecho por su padre, latía al compás de su corazón. Dos soledades diferentes y con una ambivalencia abismal.

Pero, pese a que contaba con todas las cualidades para ser admirado, y lo era, para Keith no se le daba hacerlo.

Porque él conoció al Shiro más allá del joven atractivo y brillante. No conocía al chico alabado por los profesores y añorado por chicos y chicas por igual. Tal vez, en parte.

Llegó a conocerle de maneras inaccesibles para los demás, y, en el camino, a sí mismo.

Descubría día con día al hombre real, y no era menos radiante.

Estrellas en el Desierto (Sheith)Where stories live. Discover now