VII

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Una hora entera tuvo que pasar hasta que Manuel decidió salir de la mesa arrinconada dentro de esa cálida cafetería donde Sonia le había dado a conocer increíbles y atroces acontecimientos de la familia Lozano, antes de dejarlo solo perdiéndose en las callejuelas del centro del brazo de una altiva Galilea, que había llegado a recogerla al cabo de un rato.

Y es que no podía evitar sentir que algo se le escapaba, no terminaba de hilar bien los acontecimientos todo estaba bastante confuso y había varios detalles que no encajaban.

Suspiró.

Lo pensó un momento al fin decidió salir de ese lugar. Lo mejor era dirigirse a la oficina, abrir un archivo y comenzar de manera privada a escribirlo todo, de esa manera sería más sencillo revisar los hechos, acomodar sus ideas y sacar conclusiones.

Con esa idea se montón en el coche, con sólo una fiera convicción palpitante: Alondra, no era la asesina.

Al llegar al psiquiátrico un frío viento lo recibió haciéndole recordar su primer día de trabajo dentro de ese enorme edificio, el que a primera vista le había parecido bastante normal. Era una construcción grande, rustica, antigua de piedra maciza pintada de un inmaculado blanco haciéndola relucir a la luz del sol, contrastando con el verdor del pasto dándole esa aparecía un tanto pintoresca.

Pero ese día, algo estaba mal. Quizá era el hecho de que el clima no era el mejor, tal vez la desgastada pintura exigía una urgente capa nueva, quizá el descuidado pasto había muerto víctima del mal tiempo o simplemente se tratase de la gran carga emocional que llevaba a cuestas empezando de a poco a pasarle la costosa factura.

Con paso decidido se dirigió a la oficina seguido por el resonar de sus pasos, constantes y rítmicos. Tenía mucho en mente, bastante información acumulada que tecleó en el ordenador con agilidad embargado por la necesidad de organizarla, analizarla, leerla, llegar al fondo de los acontecimientos encontrando ese detalle que se le estaba escapando, la pista, el detonante, esa clave fundamental que lo guiara a Alondra y a la verdad.

Después de un par de horas de teclear, borrar, leer, y releer, al final tenía dos cosas muy claras.

La primera y la más obvia, Elena era la pieza clave en todo el caso, pero eso lo llevaba inevitablemente a la segunda, ¿cómo rayo la haría hablar?

Frustrado, dejo caer con cansancio la espalda sobre el duro respaldo mientras se pasaba una mano por el cabello apretando los ojos intentando con ello conseguir algo de descanso. Conocía a la perfección que no sería sencillo, los pacientes con trastorno esquizotípico no se caracterizan por ser sociales o abiertos.

¡Elena era la maldita clave! Se repitió mentalmente una vez más.

En un loco arrebato de desesperación tomó las llaves de la habitación de la joven y se encaminó a ella. Sin pensarlo dos veces entró a la blanca estancia encontrándola de inmediato, pálida, taciturna, tan frágil y pequeña.

La chica sentada en la orilla de la cama con sus negros ojos perdidos en el vacío y el oscuro y enredado cabello colocado sobre el pálido rostro, ni siquiera miró al recién llegado, estaba absorta en la descolorida pared y sus pensamientos a miles de kilómetros del grisáceo edificio.

—Elena —llamó con suavidad acomodándose a su lado.

La joven se removió un poco al sentir el movimiento de la cama, la que debido al peso ejerció una débil oscilación, pero no despegó la vista de la pared.

—Necesito hablar contigo —comentó con tacto—. Es sobre Alondra.

Elena cambió su atención con increíble rapidez, clavando sus negros ojos sobre el psicólogo, aquellos que reflejaban un vacío aterrador era como ver directo a la nada no había ni una pizca de brillo, luz o vida.

—La sombra la tiene —susurró arrastrando las palabras a causa de los medicamentos.

Manuel bajó la mirada. Estaba decidido a seguirle el juego.

—Lo sé. Solo quiero saber, ¿a dónde se la llevó?

Elena movió la cabeza con agilidad en signo de negación abriendo aún más sus aterrados ojos.

—No se la llevó. La tiene en su casa —susurró mirando con desconfianza a su alrededor.

— ¿En su casa?

—Shhhhh ella lo escucha todo. Ella quiere a Alondra, la quiere, la quiere a ella, la quiere... ayúdala. Tú, ayúdala —suplicó comenzando a alterarse.

Manuel asintió, eso no le decía mucho. En realidad no le decía nada.

Con calma respiró hondo.

—Dime, ¿dónde ésta esa sombra? —indagó intentado formular la pregunta correcta.

Elena clavó sus vacíos ojos justo al lado del psicólogo, asustada comenzó a rascarse con fuerza el brazo derecho, tornándose la blanca piel en un rojo intenso con rapidez aunque no parecía experimentar dolor alguno. Manuel le detuvo la mano con suavidad, pero Elena seguía con la vista clavada en la nada. El horror dibujo en el rostro le deformaba por completo las facciones mientras una letanía inaudible salía de sus labios.

— ¡No, no vete, tú vete, vete tú! —gritó con fuerza removiéndose en la cama.

—Tranquila Elena. Elena, mírame. Mírame por favor —llamó con desesperación intentando calmarla.

La joven absorta en la nada, paró de moverse, sus ojos pasaron a los de Manuel. Y sólo por un leve instante el hombre fue capaz de deslumbrar todo el dolor de los pedazos rotos en su alma, la frustración que se escondía tras el trastorno que la consumía, y algo más, la sombra oscura que cubría el brillo de la mirada, esa misma que no la dejaba vivir.

Elena se acercó un poco más, sin parpadear, sin respirar.

—La sombra está aquí. Te quiere a ti.  

La sombra de BabaalWhere stories live. Discover now