IV

24 8 5
                                    


Una semana después

—Buenos días doctor —saludó la joven con la sonrisa desplegada desde atrás del escritorio—. Ya lo están esperando. En la puerta tres.

La amable joven señaló el pasillo que Manuel debía seguir, el que asintió dando un rápido gracias para echarse a andar con paso seguro en la dirección indicada.

Así sin ningún ánimo de estar en ese lugar he intentado mantener la tranquilidad que la noche en Babaal le había robado, giro a la izquierda tomando el pasillo medio mugroso con varias puertas de madera marcadas con vistosos números.

Hace un par de días había recibido una llamada del juzgado de Mérida, el detective Víctor Huama lo había llamado a declarar, ya que en los estudios forenses de doña Catalina se dio a conocer el motivo de la muerte que se había dado por la ingestión de algún potente veneno, del cual se desconocía su procedencia y lo más intrigante, la sustancia utilizada no logró ser identificada. Y aunque Manuel no entendía porque tenía que declarar al respecto cuando apenas si había cruzado un par de palabras con aquella mujer, si aceptaba que tenía relación con sus nietas, una de ellas, la profesional aún continuaba, mientras la otra había desaparecido hace una semana y, además era un secreto o al menos eso creía él.

—Buenos días doctor Ballesteros. Pase por favor —indicó un hombre de sombrero y camisa a cuadros señalando una de las sillas libres.

Manuel asintió y fue a sentarse junto al licenciado López recibiendo así un efímero saludo de mano lleno de apatía. Ese hecho lo llevo a recordar de golpe el asunto de la casa del lago que posicionaba al corrupto hombre cómo el principal sospechoso, aunque no se le había podido comprobar nada y era obvio que aunque los chismes corrían este había logrado lavarse las manos con la difunta doña Catalina. Todo esto hacía que la situación resultaba por demás incomoda, aunado al pequeño cuadro que era la oficina de declaración que no debía media más de cuatro por cuatro, carecía de ventanas o ventilación, en el rincón se encontraban dos amontonados escritorios tapizados de pilas de papeles los cuales casi tapaban al par de mujeres que tecleaban con agilidad sus ordenadores y, ese olor a tabaco intenso que calaba en la nariz.

—Señores —llamó el tipo de camisa a cuadros.

Manuel lo miró con un poco más de detenimiento, recordaba haberlo visto con anterioridad aunque no recordaba bien de dónde. Llevaba unos viejos jeans de mezclilla, la sencilla camisa a cuadros azul con verde y, un sombrero vaquero que completaba su vestimenta agropecuaria. Era difícil calcular con exactitud su edad, ya que, aunque su rostro carecía de arrugas y su piel mostraba una luminosa jovialidad su pelo y barba ya asomaba algunas canas.

—Soy el detective Víctor Huama, encargado de llevar el caso de la familia Lozano y el asesinato, porque si señores ha sido un asesinato, de la señora Catalina Lozano.

El tono de voz intimidante hizo que todos en esa sala guardo silencio, la mayoría lo examinaron de arriba abajo y algunos más atrevidos murmuraron algo de su vestuario en forma despectiva. Lo cierto era que a aquel hombre le importaba poco, estaba por demás acostumbrado a las críticas mismas que terminaban convirtiéndose en admiración cuando entregaba el caso cerrado. En diez años de vocación y sólo había dejado uno incluso, mismo que aún cargaba en cada una de sus decisiones.

—Tengo entendido que usted es el hombre que encontró a la difunta —soltó de pronto sentándose frente a Manuel con gesto desenfadado.

Los demás presentes cambiaron su atención al psicólogo mientras Víctor sacaba un cigarro.

La sombra de BabaalWhere stories live. Discover now