A la luz de las estrellas

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La patada sin gravedad que lanzó Ochako en el aire golpeó fuertemente la mejilla de Izuku lanzándolo unos metros. El chico de cabello verde sintió que podía ver estrellas cuando su cabeza golpeó el suelo, pero él mismo le había pedido a Ochako que no se contuviera cuando peleara contra él.

Escuchó los pasos de Ochako acercarse a donde estaba y su rostro, su hermoso rostro, apareció en su vista. Ochako no perdía aquel brillo en sus ojos castaños y esas mejillas rosadas por más que creciera, así como Izuku a pesar de su musculatura y crecimiento, no perdía los rasgos suaves y amables de su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó Ochako e Izuku sonrió asintiendo. Desde los quince que escuchaba esas palabras de ella, pero siempre le provocaba un calor en el pecho el saber que ella se preocupaba por su bienestar.

—Sí, fue una magnífica patada —le respondió. Ochako soltó una risita y le brindó la mano para ayudarlo a levantarse. Izuku encontró un momento de debilidad en su amiga y la jaló para que ella cayera lográndola hacer reír.

Ambos tirados en el suelo, sudados y cansados de un fuerte entrenamiento, rieron un poco y luego permanecieron callados. Izuku miró a su amiga de reojo, Ochako miraba el techo con una sonrisa, como si estuviera recordando algo. Y a Izuku se le hizo tan hermosa, su corazón latía a mil y quería decirle cuánto la amaba.

Cuánto la había amado desde que tenía diecisiete años.

Pero su inseguridad, y el sabiendo que no era del tipo de chico que a Ochako le gustaba, decidió callar. Ochako suspiró y se levantó para quedar sentada.

—Gracias por entrenar conmigo, Deku —le dijo Ochako con una sonrisa. Izuku, aun desde el suelo se la devolvió.

—Cuando quieras —se sentó también, al lado de ella—. Claro, si volvemos coincidir en el día de descanso —Ochako soltó una risita y luego un quejido.

—Dioses, un día libre a la semana no queda mal, pero como la criminalidad ha aumentado un poco —miró a Izuku y le dio un pequeño codazo en el brazo—. Necesitamos pronto un símbolo de la paz —aquello logró hacer sonrojar al chico. Apenas tenían veintitrés años, apenas Izuku se hacía un renombre, pero ya Ochako lo veía como un futuro símbolo de la paz y eso lo llenaba de felicidad.

—Intentaré hacer lo mejor que pueda —se quedaron otro poco tiempo más callados. Izuku tenía una invitación en la punta de la lengua, algo de invitarla a tomar té o algo, pero Ochako se levantó antes de que él pudiera abrir la boca.

Se demoró demasiado.

—Debo irme —comentó la chica yendo hacia su mochila. Izuku trató de desviar la vista del cuerpo muy bien formado de su compañera.

Ochako siempre había tenido un gran cuerpo, y la adultez y el trabajo de heroína ayudaron mucho... Izuku estaba rojo.

Levantó la vista cuando la castaña se giró para verlo, aun sentado en el suelo y brindarle una sonrisa.

Tazas de té verdeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora