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Alec despertó en una cama que no era la suya, con un dolor de cabeza enorme y con unos brazos envolviendo su cintura. Al notar que las manos que lo abrazaban eran de un hombre se sonrojó con fiereza. Pero al mismo tiempo sintió un cosquilleo en todo su cuerpo.

Su pulso comenzó a acelerarse al sentir como su piel chocaba con la piel de Magnus en cada parte. Su espalda contra su abdomen, sus piernas contra las de él, incluso sus pies se estaban tocando. Estaban enredados de tal manera que Alec no podía levantarse sin despertar al otro.

¿Dónde estaba su ropa?, sólo conservaba su ropa interior, que se sentía delgada contra la del otro. Como si no estuviera ahí. Su cuerpo comenzó a calentarse cada vez más y no sabía por cuánto tiempo podría soportarlo.

Carraspeó. Sin saber que más hacer para despertarlo. Pero, pasó exactamente lo contrario a lo que quería y Magnus lo estrechó aún más cerca.

— M-magnus—Su voz estaba entrecortada. Se sonrojó aún más intensamente. Cuando intentó moverse sus cuerpos se rozaron haciéndolo sentir explosiones en el estómago. — Magnus.

— Uhm...

— No puedo moverme— Hablaba en susurros. Asustado de cómo sonaría su voz si hablara más fuerte.

— ¿Uh?

— Magnus...

— ¡¿Quién osa a molestar al mejor brujo de Brooklyn?!

— Uhmm, soy yo. Alec.

— ¿Alexander?—sonaba realmente sorprendido, pero de buena manera.

— Si... uhmmm... podrías, ¿podrías dejar que me mueva?

Sintió como el brujo se movía al instante y se sorprendió al encontrarse extrañando sus brazos. Carraspeó. Por hacer algo, sin embargo no se movió. No sabía porqué, pero le acomodaba estar ahí.

— ¿Quieres desayunar?—preguntó Magnus haciéndolo incorporarse.

— Nono, debo irme al instituto.

Magnus chasqueó la lengua.

— Lástima, justo cuando empezábamos a pasarlo bien—lo recorrió completamente mientras lo dijo. Todo su cuerpo descubierto, sin vergüenza alguna. Alec se volteó.— Gracias por darme el panorama completo.

— Ya cállate.

— Alguien volvió en si.

— Ere tú el que me desespera.

— Culpa tuya, por evitarme.

— Ugh.

Comenzó a buscar su ropa alrededor de la habitación. Se sorprendió de encontrarla doblada sobre una silla, no dio las gracias.

— Entonces...—comenzó a hablar Magnus— ¿cuando será nuestra segunda cita?

El chico detuvo sus movimientos en seco, la camiseta a medio poner.

— ¿Cita?

— Ya sabes, charlar, beber y tal vez dormir juntos nuevamen-

— Detente ahí brujo, yo no dormí contigo.

— ¿Ah no?, ¿No eras tú el deliciosamente perfecto cazador de sombras a quien estaba abrazando cuando desperté?

— ¿No te cansas?

— Podría preguntarte lo mismo.

— Nose de que hablas.

— Podría preguntarte lo mismo—repitió—pero, no es necesario porque ya se la respuesta.

Alec no dijo nada. Se limitó a terminar de ponerse la camiseta y a ponerse los zapatos con lentitud, se sentía incómodo y torpe. Quería desaparecer y además estaba enojado. No, no enojado, furioso. Ese brujo sabía cómo meterse con él. Cómo sobrepasar su paciencia.

— Tu no sabes nada—espetó con rabia.

— Oh, Alexander. Claro que lo sé. Yo soy quien entra a ti, no al revés.

Rodó los ojos exasperado. ¿No tenía una forma peor de decirlo?, le molestaba tener que ir ahí y exponerse a que le escarbaran la mente. Le molestaba que le dijeran cosas que ya sabía y que no quería escuchar, pero sobretodo le molestaba que a una pequeña parte de él le gustaba. Que lo conocieran, que lo miraran, que lo tocaran. Nadie nunca lo había hecho antes. Nadie le prestaba atención a él, no era suficientemente interesante. Siempre estaba al margen. Pero, Magnus lo hacía sentir como si existiera e importara. Como si valiera la pena conocerlo.

— Creo que es hora de que me vaya.

— ¿No comerás nada?

Titubeó.

— No. Tengo que irme, hay cosas que hacer.

— Muy bien, como quieras.

Pero no se movió. Ya estaba completamente vestido, podría perfectamente salir por la puerta. Pero no lo hizo.

— ¿Pasa algo?—inquirió Magnus. Sus grandes ojos puestos sobre los del cazador de sombras.
Al ver que no respondía se acercó un paso, luego dos y luego estaba tan cerca que Alec podía sentir el calor que emanaba de su piel.

Se sintió pequeño y débil. Últimamente se sentía así. Transparente, expuesto. Le temblaban las manos. Magnus detuvo el temblor.

— Eres precioso, ¿lo sabes?

El chico se rompió. Se aferró con más fuerza a sus manos y sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas. Sus palabras le hacían daño, porque le gustaban y porque nadie se las había dicho. Nunca a él.

Magnus lo abrazó.

Alec lo abrazó de vuelta.

Se quedaron así por cuanto tiempo necesitaron. Ya que, ambos necesitaban ese abrazo. El más alto para sentirse comprendido, el más bajo para no sentirse solo. Se complementaban, sus cuerpos calzaban a la perfección.

Sus corazones latían acompasados.

Ambos lloraban.

Hasta que en un momento ya no lo hicieron más.

Desde tu interior  [Magnus & Alec]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora