2.- El collar

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—Hola Isis. —Murmuró Mahad en el reflejo del espejo. Ishizu se levantó sorprendida y retrocedió un paso, el mago oscuro se acercó a ella y sonrió poniendo una mano sobre el hombro de la egipcia, ella suspiró al sentir el calor en su piel y sonrió sorprendida. Shadi nunca había establecido contacto físico hasta donde ella sabía, así que cuando Mahad se acercó para alejar un mechón de cabello del rostro de la egipcia, ella simplemente cerró los ojos y se permitió disfrutar el contacto.

—Tú eres Mahad, ¿No es así? El protector del Faraón.

—Una vez lo fui, hasta que mi alma fue sellada.

— ¿Por qué me visitas?

—Porque el alma de mi faraón está triste.

— ¿Triste? —Ishizu recordó las palabras de Yugi sobre su sueño de la otra noche.

—Así es, y sólo ustedes pueden ayudarnos a erradicar su tristeza.

— ¿Cómo?

—En su tumba hay una bóveda que no ha sido descubierta, y en ella reside un mensaje oculto, que está en espera de aquellos que logren liberar a las almas que fueron apresadas.

— ¿Apresadas? 

—Ishizu. —Escuchó la egipcia en la lejanía. En seguida se escucharon tres golpes a su puerta, pero ella miró extrañada la puerta abierta y regresó su mirada a Mahad en el reflejo. —Hermana...

—No lo entiendo. ¿Cómo podemos...?

—Se irá revelando la información a su debido tiempo.

—Hermana ¿Estás bien? —Tres golpes más.

—Por lo pronto. —Añadió el mago oscuro sacando de entre sus ropas el collar del milenio y poniéndolo alrededor del cuello de la egipcia. —Búscanos al amanecer.

—Mahad... —Murmuró ella acariciando el collar.

Tres golpes más en la puerta la distrajeron y ella abrió los ojos a tiempo para ver a Marik abrir su habitación e ir a tocar su hombro, estaba recostada sobre el mueble del espejo y sostenía el cepillo en una mano.

—Tienes el sueño pesado en éstos días, hermana. —Murmuró Marik con una sonrisa. —No quería molestar. Está servida la cena.

Ishizu se enderezó buscando el collar en su cuello y percatándose de que no había nada ahí. Miró por la ventana, miró el espejo y luego miró a Marik. —Es raro saber que todo acabó. —Confesó con una sonrisa tímida.

—Lo sé. Vamos con el resto.

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Atem caminaba por los pasillos del palacio con la capa ondeando al viento, las puertas de la cámara del trono se abrieron dejando ver que a los lados, sólo los pilares sostenían el techo de piedra, permitiendo a los monarcas ver las arenas del desierto y la gloria de Egipto. La gran madre, Isis, estaba sentada en un trono adornado de joyas de colores brillantes y miraba con una sonrisa a su esposo y hermano batirse en un duelo de espadas contra otra deidad. Una espada salió disparada a los pies del faraón y él sonrió tomándola en sus manos, recordando cuando lo habían instruido en aquel arte, milenios atrás.

Se irguió al ver a Osiris triunfante, sosteniendo sus dos espadas amenazantes con su oponente, pero ambos rieron y el primero apoyó a ponerse de pie a su compañero de entrenamiento.

—Así fue escrito que el pequeño sol de Egipto volviese a su hogar.

—Y así se ha cumplido. —Murmuró Atem haciendo una reverencia. —Pero no todo está escrito todavía en las paredes de Egipto y he venido a clamar misericordia para mi alma, que no descansa.

El secreto de la tumbaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora