El rescate de los conservadores

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Al día siguiente desperté en una de las tiendas de mi hermano, la visión celestial que me había salvado me encaminaba a un nuevo amanecer. No fui lo suficientemente valiente para hablarle, sólo deseaba contemplarla, su belleza nacía como una proyección de la zigzagueante figura de las colinas del desierto para finalizar en una cristalina mirada sumergida en un rostro de perfecta simetría. Me conformaba con contemplarla, temía que al pronunciar palabra, aquella proyección divina, se marchitara y huyera, que al enunciar una sílaba terminara mi sueño de compartir unos minutos atendido por ella. Me cuidaba como si fuera un niño, me llenaba de atenciones como si supiera un secreto que desconocía, como alguien que cuida algo muy preciado y en peligro de extinguirse para siempre.

En ese instante, mientras contemplaba su rostro y mis ojos parecían observar el más hermoso poema de amor, llegó uno de los hombres de confianza de mi hermano, trató con brusquedad a la mujer y me llevó a las afueras de la ruca.

Con la misma brusquedad me dijo:

"Mira, iremos a salvar a nuestros hermanos de los invasores asesinos"

Él parecía muy enojado, se tomaba muy en serio su papel de guardián protector. Miraba con odio y determinación mientras maldecía a alguien que no había visto nunca y odiando una situación que ni siquiera imaginaba.

Estratégicamente nos fuimos por la playa, sí, la arena me había protegido también protegería a Los Conservadores. Imitando a las serpientes del desierto nos arrastramos por la arena con la mirada fija en aquel lugar donde construíamos mi sueño. Llegamos arando la tierra con el pleno deseo de destruir al enemigo más que de salvar o encontrar vivos a nuestros hermanos. Era extraño lo que experimentaba junto a los conservadores. Parecía que estaban iracundos de manera permanente.

Repetían una y otra vez: "Los destrozaré con mis propias manos y me alimentaré con su crudo y caliente corazón"

Parecía que el odio los moviera y vitalizara, su humanidad se inundaba de ira a cada paso.

En un instante sentí miedo por mis rivales, pensé que destruirían todo cuanto se acercara, que acabarían, con razón o sin ella, con todo ser viviente que respirara en aquellas coordenadas donde dejaron de palpitar mis coterráneos, me sentí afortunado de estar de su parte y no en contra.

Después de una sigilosa y lenta caminata de reptar por entre los bordes del mar y la tierra, logramos observar el lugar donde estaban nuestras rucas.

Parecía ver un espejismo, en ese momento no podía creer lo que mis ojos estaban observando, el lugar donde había experimentado una de las escenas más agresivas de mi existencia ahora no había nada. No existía rasgo alguno de vida en ese lugar. Parecía como si nunca, ser humano alguno, hubiese pisado esos senderos. Los rastreadores no lograban dar con huella alguna, la vida parece haber sido un mito entre las piedras, arena y el viento que cruzaba este pedazo del mundo.

En una instancia fervorosa, los hombres que acompañaban a mi hermano me increparon duramente, deseaban acabar conmigo llevados por sus reacciones y espíritu agresivos, estaba dispuesto a defender mi verdad, pero en el momento en que sería abordado por uno de estos hombres y rodeado por los otros. El más enjuto y ágil de ellos, en un salto casi imperceptible, se interpuso y señaló:

"Él no miente, aquí estaban viviendo y trabando, construyendo el barco, no me podría equivocar, tenía orden de observar cada día a estas horas e informar lo que estaba sucediendo aquí, el soñador no miente".

En ese momento de palabras que hacen temblar al argumento taciturno, más veloz que el pensamiento, se acercó mi hermano y me dijo:

"Encontramos huellas que se dirigen a la tierra de los hombres veloces, debemos emboscarlos y en silencio, la noche nos puede ocultar de sus armas."

Seguimos por un atajo y los esperamos desde una pequeña cumbre hasta que llegó la noche.

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