Capítulo 4. Una canción jamás cantada

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Me encontraba mal. Fueron los peores días de mi vida. Nunca había sufrido tanto. Quería morir, desaparecer de este mundo. El sufrir por amor es el dolor más grande que he podido sentir. Fueron días grises, los más grises de toda mi vida.

Hay algo que odio, y es la noche sin estrellas, ocultas por la luz de la ciudad. No se puede ver la belleza del universo, de lo que está allá arriba, y así fueron esos días para mí, no había ¡nada! Todo era oscuro, como la noche sin estrellas.

Le decía una, y otra, y otra vez más a Dios, así:

—¿Por qué? Ya no quiero sufrir —decía en medio de lágrimas.

Lo que no sabía es que Él estaba ahí en todo tiempo. El dolor que sentía no me dejaba ver más allá de mi propio dolor. Quería morir, desaparecer, no existir más; pero comprendí que esa no era la solución. Lo que tenía que hacer, era volver a los brazos de Papá, y así hice. Volví a sus brazos, esos brazos de Papá que siempre estuvieron abiertos para mí.

Pero mi corazón era como una Súper Nova que acaba de explotar. Estaba hecho nada, destrozado, destruido por completo. Había creado barreras para que otras personas no se acercaran mucho a mí. Había creado límites que nadie más podía cruzar. Les temía a los sentimientos, a que nuevamente me volviera a pasar lo mismo.

El tiempo pasó, y aunque por momentos lo olvidaba; en la noche siempre lo recordaba. Y, nuevamente le preguntaba: <<¿hasta cuándo he de estar así?>>

Yo te sanaré, volverás a estar bien.

Esa promesa me la recordaba muchas veces. Pero, yo no quería esperar, quería estar feliz nuevamente. Y, cuando menos lo esperaba; ese día llegó.

Yo, tenía una amiga que, además de ser mi amiga; era la líder de jóvenes de la iglesia (Sí, había vuelto a la iglesia al poco tiempo de que todo terminara con Orise) Me le acerqué como nunca lo había hecho y, le hablé de mi situación, de lo que estaba pasando en mi vida. Aunque parezca increíble; ya habían pasado poco más de diez meses, desde que Orise se había ido. Y, aun así, no hubo un día que no pensara en ella. ¿Pueden creerlo? No sabía nada de ella, no tenía ni la mínima idea de su paradero, ni de qué era de su vida, y, aun así; seguía pensando en ella. Habían pasado más de trecientos días, del cual no hubo ninguno que no pensara en ella. Llegaba la noche, y con ella, llegaban los recuerdos como un millar de flechas incrustándose en mi débil mente, en mi débil mi corazón. Pero, no se detenían, seguían avanzando hasta llegar a mi alma. Ahí empezaba el verdadero dolor. Cuando los recuerdos llegan al alma, se puede experimentar un verdadero y genuino dolor. Los recuerdos duelen.

Al llegar la noche, no solo pensaba en ella, sino que e incluso, soñaba con ella. Pero, no eran sueños normales, eran realistas. Sentía que estaba conectado a ella, como si hubiera lazos que nos unieran. Si ella estaba mal, yo lo sentía. Si ella estaba triste, lo sentía. En ocasiones soñaba que ella quería hablar conmigo, pero, era tan real. No podía ser algo normal esto que me estaba sucediendo y, por esa extraña unión que sentía con ella, es por la cual no podía olvidarla. Le expliqué a mi líder (Karín) todo eso, y ella me ayudó.

—Estás sufriendo de una Relación Almática —me dijo, después de haberme escuchado. Yo no supe qué decirle. Era la primera vez que escuchaba algo así—. Yo pasé por lo mismo.

—¿Y qué es eso? —la verdad no tenía ni idea.

—Te explico. Conocido como Relaciones Almáticas. Es, cuando las almas de dos personas, se unen —<<cuando dos almas se enamoran>>—, y crean lazos entre sí. Es decir, que esas personas están unidas. Lo que se debe a hacer es, romper esos lazos, porque si no se hace, nunca podrás ser feliz. Querrás serlo, pero, no lo lograrás. Aunque tengas otra pareja, no dejarás de pensar en la otra, porque sus almas están unidas y deben romper esos lazos.

Buscando Los Brazos de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora