Capítulo 1. Un ángel de alas grandes

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Luego de una noche de enero, fue que la vi a los ojos por última vez. No sabía que sería la última.

A veces me pregunto si todo fue real, o una mentira. Pero... ¿Mentira? Imposible, puedo asegurar que todo fue real. Mis cicatrices los confirman. Ahora sé que fue real como las estrellas. Ellas me recuerdan a ella.

—¿Por qué tuvo que terminar? —me decía. Ya no está su calor, su olor, su brillo incomparable. Eso me llevó a sentirme sólo. Llegué a sentirme como una pequeña piedra que navega en el cielo oscuro del universo, que, aunque teniendo a donde ir; vaya a donde vaya; siempre se sentirá de la misma manera.

Sólo.

Ella era como una constelación que solo un astrónomo apreciaría, y sí, ese fue mi error. Yo no soy astrónomo. 

No puedo tocar las estrellas, olerlas, ni besarlas, pero ahí están, tan vivas y hermosas en el cielo. Ahora, ella es como mi estrella. No puedo tocarla, olerla, ni besarla, pero ahí está, tan viva y hermosa dentro del cielo de mis recuerdos.

—Yo nunca te haría daño —me dijo.

—Lo sé —respondí.

—Y me molesta que pienses que te haré daño. Sería incapaz.

—Sí, lo sé. Discúlpame si entendiste mal —La miré tiernamente a los ojos— ¿Me perdonas, amor?

—Sí. No pasa nada, pero no vuelvas a pensar eso, porque nunca haría algo que te hiciera daño.

¿Pero, lo sabía? ¿Qué no se iba a quedar? ¿Qué un día se marcharía? ¿Y me dañaría?

—Cumplió lo que dijo —me dije. Estaba en mi habitación—. No me dañó, lo cumplió —me gusta hablar conmigo mismo.

Fue mi culpa por no apreciar hasta lo más mínimo de ella. No cuidarla, no saber quererla, no saber amarla. Ella era hermosa, y sí que me gustaba su cabello. Pero, ¿cómo una mujer puede tener su cabello enredado y a la vez tan hermoso? Sin duda alguna ella era la mejor en eso, en no arreglarse el cabello y lucir hermosa. A veces ella me pedía que la peinara, y yo lo hacía, pero, era casi que una misión imposible. Aun así, siempre lo intentaba, aunque siempre fracasaba. No sé ni por qué me lo pedía. En fin, siempre su cabello lucía bien.

—¿Te hiciste algo en el cabello? Es que te ves hermosa —dije.

—No, sólo me lo peiné —respondió.

—Oh, ya veo —sonreí. Ella usaba lentes. Eran como pequeños telescopios diseñados para observar lo increíble de sus ojos, sus hermosos ojos café.

Le encantaba leer, era una de las cosas que más le gustaba a hacer. Era de piel blanca con un sutil bronceado por el sol de Barranquilla. Yo, por mi parte, soy moreno.

Lo más hermoso de ella no era su físico. Sin duda alguna; lo más hermoso que tenía, era su forma de pensar, la forma en que veía las cosas. Su corazón.

Ella era increíblemente inteligente, y tenía una beca universitaria. Ella, en un futuro, quería estudiar derecho, aunque en ese momento estaba estudiando otra carrera. Recuerdo cuando le regalé dos libros de derecho para que los estudiara y se preparara para ser la mejor abogada.

Le había enviado un mensaje donde le decía que tenía esos libros para ella, así que me dijo que vendría a mi casa.

Uno, vendría por los libros. Dos, me quería ver. Llegó el día y ella fue a mi casa. Me saludó, me abrazó y entró. Como de costumbre, el tiempo pasó volando. <<Bendito tiempo que corría a la velocidad de la luz cuando estábamos juntos>> Yo, no quería separarme de ella, así que decidimos que la acompañaría a su casa. El tiempo que pasamos juntos no fue suficiente.

Buscando Los Brazos de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora