El Callejón Diagón

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Amanecía en las callecitas del Valle de Godric. Unos rayos de sol cálidos, luminosos, se reflejaban en las ventanas de las casitas marrones que poblaban el pequeño pueblo de magos.

En una de aquellas casas, la pequeña Lily Potter se encontraba tumbada en su cama, con los ojos castaños abiertos, aunque con ligeros signos de cansancio. La noche anterior se había quedado leyendo hasta altas horas de la noche, sin que nadie lo supiera. Había utilizado un hechizo, Lumos, y el hecho de estar infringiendo la ley le provocaba una sensación de rebeldía que le resultaba ajena y, a la vez, agradable. Una vez había oido comentar, quizás a su padre, que el Ministerio no podía detectar quién realizaba la magia, si no solo dónde. Sí, definitivamente, había sido su padre. Recordaba haberlo escuchado cuando su padre les contó a ella y a su primo Hugo la historia de cuando un elfo doméstico llamado Dobby hizo levitar una tarta en el salón de  los tíos de su padre, los Dursley. Sus labios formaron una pequeña sonrisa al recordar la anécdota. Su padre siempre parecía muy indignado al contarla, por la injusticia que había sido que lo acusaran a él, pero al final siempre acababa riendo con su familia.

La pequeña de los Potter se sobresaltó cuando la puerta de su acogedora habitación se abrió de repente. Su hermano mayor, James, de diecisiete años, saltó sobre ella para despertarla, sin darse cuenta de que ya no hacía falta.

-¡Vamos, despierta! ¡Hoy vamos al Callejón, Lilu! - exclamó, con la madurez de un niño de once años. Lily dejó escapar un pequeño quejido. Vio detrás de James a su otro hermano, el de los ojos verdes, Albus, apoyado en el quicio de la puerta, sonriendo. A sus dieciséis años, el segundo hijo de los Potter era bastante más maduro que su hermano mayor.

-James... Si te quitas de encima quizá pueda levantarme. - dijo entrecortadamente Lily, la más pequeña de los tres, con tan solo catorce años. James se apartó con una gran sonrisa. Dio la espalda a su hermana para salir de su habitación, rodeando a Albus con un brazo.

-En cinco minutos te queremos abajo... ¡Corre!

Lily suspiró y se levantó de un salto de la cama. James adoraba molestarla y chincharla. Por eso quizá Albus era su hermano favorito, aunque quería con locura a ambos. Se apresuró en vestirse y arreglarse para bajar al vestíbulo; no le habría gustado que se fueran sin ella.

Salió de su habitación al mismo tiempo que Harry. Sonrió a su padre y se acercó alegre a darle un beso en la mejilla.

-Buenos días, papá.

-Buenos días, cariño. -El hombre de pelo azabache y la cicatriz en la frente le devolvió el beso a su hija, mientras le revolvía un poco el cabello-. Más nos vale bajar ya. Si llegamos tarde tu madre nos maldice a los cuatro.-Le guiñó un ojo a su Lily antes de bajar los escalones de la casa de Godric's Hollow. La joven le siguió, pensando con una sonrisa que su padre tenía razón.

Sin embargo, la emoción por el hecho de saber que en unos minutos se encontraría con sus primos Rose y Hugo disolvió todos sus demás pensamientos. Llegó rápidamente al vestíbulo, donde su madre regañaba a James, para variar.

-No me puedo creer que... Le voy a tener que prohibir a George y Ron que te vendan nada... -la mujer pelirroja hablaba con enfado mientras se enfundaba en una chaqueta vaquera muggle, preparándose para salir-. Oh, buenos días, Lily, cariño. Cógete algo rápido para desayunar si tienes hambre. -Sonrió a su hija antes de volver a lanzar una mirada furibunda a su primogénito, que no parecía en absoluto arrepentido.

Al cabo de diez minutos, la familia al completo salía por la puerta, vestidos, regañados y habiendo desayunado. Lily sonrió con felicidad al ver a sus primos y a sus tíos Ron y Hermione esperando junto a un coche en la casa de enfrente. Habían quedado para ir todos al Callejón Diagón, donde se encontrarían con George, Angelina y sus hijos Fred II y Roxanne.

-¡Buenos días! ¡Ya pensábamos que no íbais a salir nunca!- exclamó el tío Ron, con sorna, mientras se acercaba a su hermana y su mejor amigo. Albus fue directo a hablar con Rose y Hugo le dirigió una gran sonrisa a Lily mientras su primo James le revolvía el pelo pelirrojo, que no necesitaba ayuda para estar continuamente despeinado.

-¿Sabes cuándo será la próxima reunión de la Órden, Harry?

-¡Ron! Delante de los niños no... - susurró Hermione, mirando de reojo a sus hijos.

-¿Qué? A esta me dejaréis ir, ¿verdad? ¡Ya soy mayor de edad, papá! -James siempre insistía en que le dejaran participar en las cosas de la Órden, pero su padre siempre se negaba. Lily había claudicado en su insistencia, al igual que su hermano Albus, pero James lo seguía preguntando cada vez que se enteraba de que se iba a celebrar una. Por eso, la sorpresa de todos fue mayúscula cuando Harry asintió lentamente con la cabeza.

-Sí, creo que a esta podrás asistir.

-Harry...

-Ya es mayor de edad, Ginny. No podemos impedírselo.

-¡Claro que podemos! ¡Somos sus padres!

Ron y Hermione observaban el intercambio en silencio, al igual que Rosie, Albus, Hugo y Lily. James estaba expectante, con una expresión de anhelo y esperanza en el rostro.

Harry trataba de ser razonar con su esposa.

-Al final se enterará. ¿No te acuerdas de las orejas extensibles?

-Sí, pero...

-Es lo justo.

Ron tosió unos momentos para interrumpir la discusión. Estaban parados en medio de la calle; no era el mejor sitio para discutir aquel tema.

-Deberíamos irnos yendo al Callejón ya. Se nos va a hacer muy tarde.

Ginny se interrumpió justo antes de otra queja. Miró a su hermano y a su cuñada, y después a su marido.

-Está bien... Pero solo James. Los demás no. ¡Vámonos!

El hijo mayor de los Potter esbozó una amplia sonrisa de triunfo. Ron dejó escapar una tos que sonó como "Mamá". Todos rieron, menos Ginny, que frunció el ceño. Cada familia entró en sus respectivos vehículos, al fin para dirigirse al Callejón Diagón.

Era una soleada mañana de agosto. Los muggles pasaban impasibles junto al Caldero Chorreante, como si no lo viesen. Que, de hecho, así era. Lily se apresuró a salir del coche, con toda su familia detrás. Quería darse prisa en entrar porque se moría de ganas de ver a Alice Longbottom, una de sus mejores amigas. Era la hija de Neville y Hannah Longbottom, amigos de la familia desde siempre, y Lily siempre se había llevado de maravilla con ella. Con ella y con su hermano Frank, claro, el mejor amigo de James Sirius, un chico moreno y torpe pero más dulce que todo Honeydukes.

La pelirroja entró como una exhalación en el establecimiento, buscando con la mirada a la chica rubia, que suponía que estaría por allí. De repente, algo la embistió por un lado. Se vio envuelta en un fuerte abrazo por parte de su amiga; apenas podía respirar.

-A-Alice... -dijo entrecortadamente-. No puedo respi...rar.- Sonrió por el entusiasmo de la chica.

-¡Oh, Lily! Lo siento. -Ambas rieron mientras Alice aflojaba su presa. Por encima del hombro de la joven, la pelirroja vio al pie de las escaleras a Frank II. Con una sonrisa, se dirigió a saludarse a él también.

Tras ellos, los Potter y los Weasley charlaban animadamente con la camarera y dueña del local, Hannah, la madre de los chicos. James, Albus, Rose y Hugo se habían reunido con los jóvenes Longbottom, y comentaban con ellos su verano.

-¡Bueno, familia! ¿Entramos?- exclamó Harry, señalando hacia el pequeño patio por donde se llegaba al Callejón.

-Se nos está haciendo muy tarde... -Hermione reprobadoramente a su mejor amigo-. Deberíamos entrar ya.

Vamos, niños.

-¡Mamá, yo me voy con Frank! Vamos a buscar a Fred...-dijo James, esbozando una sonrisa de disculpa. Su madre asintió la cabeza mientras el que fue el niño que sobrevivió abría la puertecita al Callejón que les proveería de todo lo necesario para el curso escolar.

Lily Potter y el broche de MerlínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora