Había fuego entre ellos, que los entrelazaba el uno con el otro inseparablemente, fundiendo con su calor cada minúsculo espacio.
Eran uno en ese instante y lo sentían eterno, como si jamas fueran capaces de separarse voluntariamente, y como si nada tuviera la fuerza suficiente para hacerlo.
Eran la perfecta aleación de dos metales, simples, insulsos en su individualidad, pero juntos ¡Oh! juntos se sentían hermosos y brillantes, imbatibles, en extremo poderosos e incapaces de volver a su estado original.
Estaban siendo por completo irracionales, se estaban dejando llevar por una profunda pasion, sin medir las consecuencias de nada, y lo que era mejor aún, no les importaba: no era posible ver mas allá de ellos dos.
Se estaban memorizando, se estaban gravando uno en el cuerpo del otro, como una marca permanente, irrevocable.