2.-Comenzando.

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Nuevamente nos dieron algo de leche y y pan a la cena, además de un guiso de verduras que de milagro logré que Matteo comiera, estaba tan ido que solo asentía a lo que le decían. Yo también comí bastante, segura, de que en mucho tiempo más lo haría.

La señora Rona nos miraba con reproche mientras tanto, su marido solo comía.

—¡Pero que joya más hermosa tienes ahí, niña!— dijo de pronto la señora Rona apuntando al anillo puesto en mi dedo anular.

—Gracias— respondí.

—¿De dónde lo sacaste?— se interesó de pronto y me miró de una forma que me incomodó mucho.

—Era de mi madre— contesté.

—Curioso, hace un tiempo perdí uno idéntico a ese— yo sabía que no era así, el anillo era de mi madre. El señor Cretton miró a su esposa con furia en los ojos.

—Bastante curioso— respondí mientras terminaba de comer— no quiero sonar malagradecida pero estoy muy cansada y quiero irme a dormir.

—Por supuesto, Nineth— respondió él poniéndose de pie e indicándome que lo siga, tomé a Matteo de la mano y lo guié, me despedí de ella y continúe con mi plan de irme, aquella mujer no era del todo confiable, ya nada me quedaba aquí, además de la tumba de mis padres.

Nos acomodamos en un pequeño catre y Matteo nuevamente cayó rendido, yo no tardé mucho en caer también.

A penas cantó el gallo al día siguiente, desperté a Matteo para irnos.

—Es muy temprano Ni— se quejaba.

—Shh...tenemos algo que hacer.

Salimos de la casa en completo silencio y fuimos hasta la que ese día, sería nuestro hogar.

Escribí una nota y la dejé sobre mesa.

"Gracias por recibirnos en su hogar, pero tenemos algo que hacer. Nineth y Matteo"

Tomé el frasco donde guardaba las agujas y cosí al saco dos trozos de sogas que funcionarían como agarraderas.

Emprendimos la marcha con Matteo a penas comenzaba a alumbrar el sol a nuestras espaldas.

Estaba aterrada de hacer esto, no solo por mí, sino por Matteo, el camino no era peligroso pero si muy largo, tres días andando era agotador para cualquiera pero confiaba que mis padres y Dios nos guiarían.

Matteo se mantuvo parlanchín durante las primeras horas, luego comenzó a quejarse de hambre y sueño, hicimos una parada para comer y continuamos, convencí a Matteo de que íbamos en una misión con el rey y la idea le fascinó.

Caminamos durante todo el día y cuando ya comenzaba a ocultarse el sol venía aquello a lo que más tenía miedo; dormir sin un techo sobre nuestras cabezas y en el bosque.

De milagro encontré una pequeña cueva, sin ratas ni huesos de animales muertos. Arropé a Matteo, quien se acomodó contra el duro suelo sin chistar, me mantuve vigilando por momentos la oscuridad, pero solo se podía oír el ruido de la naturaleza y de alguna forma me dormí.

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