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Era la noche del 8 de Abril de 1940. Recuerdo que golpeaste la puerta.
Yo estaba sentado, afilando cuchillos que le encargué a Lukas por si todo se iba al carajo. Presentía que algo iba a salir mal, pues notaba con mis ciudadanos que tu jefe, Hitler, estaba de alguna manera codiciando nuestras tierras. Muchos tienen la teoría que fue porque éramos un territorio "de raza pura", entre otras cosas que, viéndolo desde un punto, suena absurdamente racista.
Me levanté de mi silla de madera, dispuesto a abrir la puerta, aunque extrañado por recibir visitas tan tarde. Y ahí estabas tú, tan presentable, tan... sacado de una de esas fotos de propaganda. No lo voy a negar, te veías perfecto en negro, con tantas placas y adornos. Todo un general.

—¿Puedo pasar? —dijiste, luego de quitarte el sombrero con una de tus enguantadas manos. Luego de examinarte en totalidad, asentí, notando la caja de cervezas con las que venías.

Lo que más recuerdo de esa vez es el silencio. El silencio que se prolongó porque aún no encontrábamos algo de lo que hablar. Eso y lo tarde que era, aunque no parecía importarnos mucho.
Te dejé sentarte en una de mis sillas, tomando por ti la caja y dándote una amplia sonrisa. Estaba feliz de verte, como no tienes idea, pues había pasado tiempo. Terrible fue mi error de olvidar el hecho de tu situación real, de que si estarías aquí no sería, en realidad, para pasar un buen rato.
Fui a buscar unas jarras para que podamos beber, mientras te veía de reojo desde la cocina. Noté cómo te quitabas los guantes y los zapatos, como si estuvieras en tu casa. Es curioso saber que se volvió algo así como parte de tu casa. Un lugar donde venías a acostarte conmigo hasta que amanecía y tu jefe te mandaba a llamar para que fueras a otra parte con tu labia. A veces me cuestiono con cuántas naciones tuviste que hacer lo mismo, con cuantos... has intentado llegar lejos y fingido ser su amigo, para luego robar de sus tierras, asesinar a su gente, "purificarlas", como dice la propaganda.
Me senté frente a ti, tendiéndote uno de los vasos, para luego abrir la primera botella.

—¿Cómo has estado, Gil? —pregunté. Como era usual, entre los dos no teníamos por qué ser formales. Además, amaba llamarte por tu nombre antes que Prusia. Imagínate ahora, es demasiado largo llamarte Alemania del Este.

Primero, serviste las bebidas. El olor a malta alemana bien preparada me llegó a las fosas nasales, haciéndome estremecer. Sólo con olfatear podía advertir su alto nivel de alcoholismo.

—Pues... bien —respondiste, sin darle importancia. Aclaraste tu garganta luego de beber—. No tengo mucho que contar de Alemania, ¿sabes? Las cosas van fantásticas.

Tus ojos brillaban cuando decías eso. Parecías emocionado por algo, como si fueses a conseguir mucho más que una mala reputación y la pérdida incluso de tu propia casa.
Yo también le di un sorbo a mi vaso, sintiendo el purificante líquido bajar por mi garganta, esperando a que dijeras algo. Pero como no añadiste nada, supuse que debía hablar.

—Eso me alegra —respondí un tanto ido. Por más de que yo fuese tolerante nato, por algún motivo me sentía atontado, como en otra dimensión. Ni siquiera con las drogas actuales puedo encontrar algo parecido al sentimiento que tuve luego de ese simple trago de cerveza. No sé si fue porque estabas ahí o simplemente porque hace rato no bebía algo—. Que todo funcione, ¿no? Al parecer... tu partido está siendo un éxito.

Era incómodo hablar sobre el nazismo como si fuera un equipo de fútbol, sin embargo no encontraba otra cosa que sacar a colación. No podía mencionar nada de mí, o al menos lo sentía así. Sabía que, de ponerme en una posición vulnerable, iba a terminar cayendo en tus brazos.
Debí ser más insistente conmigo mismo.

—De todas formas, no es algo parezca interesante —terciste, para luego guiñarme el ojo con tranquilidad—. ¿Por qué no me hablas de ti? Y no me refiero a tu rol como país. Tus emociones, tus cosas. Como cuando antes solíamos estar juntos.

Eingedrungen [DenPru Two Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora