La niña del desierto

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Como piedras en la arena del desierto,

Sus ojos brillan.

Anhelando, esperando:

El amor, la pasión, la aceptación.

Está cansada de vivir rechazada,

De un lado para otro.

Anhela quedarse en un solo lugar...

Y amar.

Opal


Agosto 2002

El pez de colores pasó por entre sus pies, logrando que la pequeña niña soltara una risita. El pez ascendió nadando hasta tocar su nariz.

Opal trató de atraparlo, pero en el momento en que sus manos quisieron tocarlo, el animal escapó. El agua que la rodeaba, alguna vez azul, comenzó a oscurecerse, y Opal se vio sumergida en una oscuridad infinita. No sabía si estaba nadando o simplemente flotando.

—Ven aquí, Opal —dijo una voz en su mente. Era una voz femenina tan suave y reconfortante... pero a la vez había algo extraño en ella. Algo que una pequeña niña de cinco años no iba a poder identificar.

Opal quiso seguir a la voz, sumergida en la curiosidad, de a donde le llevaría.

Pero no sería esa noche.

—Opal, cariño... debes despertar —la voz de su madre, siempre dulce para sus oídos, la iba alejando de la voz que la llamaba.

Opal fue abriendo sus ojitos lentamente, la imagen de su madre se fue haciendo más clara a medida que la luz de los corales de su habitación iluminaban el lugar.

—¿Mami? —Chione le sonrió a su pequeña. Opal se sentó en su cama, pero Chione la tomó del brazo para ayudarla a levantarse.

—Debemos irnos, cariño.

—¿A donde? —preguntó tomando la mochila que su madre le entregaba y restregándose los ojitos. Chione negó con la cabeza.

—Lejos de aquí —abrió la ventana, dejando que la oscuridad del fondo del lago Nasser las inundara. Chione colocó a su hija en su espalda y salió por la ventana. Opal notó enseguida que su madre usaba las ropas que debía usar en la superficie.

Agarrada a la espalda de su madre mientras ésta nadaba en su forma humana, Opal miraba hacia abajo y notaba como la aldea iba desapareciendo por la turbulencia del agua.

Pronto se vieron en la superficie, a las orillas del lago en donde la manada tenía el establo con unos camellos. Chione tomó uno de los camellos, tomó la mochila que llevaba Opal y la enganchó en el animal. Luego, tomó a su hija y la subió, justo entre las dos jorobas, y le entregó una manta para que la pequeña se envolviera, ya que estaba completamente empapada.

—Mami —dijo Opal en un susurro, ya que las acciones a escondidas de su madre, daban la sensación de que debía susurrar. Chione la miró.

—¿Qué pasa, mi vida?

—¿Por qué nos vamos de la aldea?

—Es necesario, cariño. Vamos —y tomando la cuerda del camello, lo sacó del establo y emprendió su viaje al norte. Por suerte, Chione sabía guiarse por medio de las estrellas.

Antología: Historias extras [Los traidores #1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora