•01|Recuerdos borrosos•

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¿No te has preguntado alguna vez que será de ti? Yo me lo pregunto a diario. Intento no dejarme llevar por el abismo que me consume. Intento comprender lo incomprensible porque tengo ansias de resolver cuestiones que seguramente nunca tendrán respuesta.

¿Por qué las personas que más quiero se van de mi lado? Echo de menos ser una niña. O puede que eche de menos la inconsciencia que me traía ello. No tenía preocupaciones (si las tenía pero no eran de la magnitud que las de ahora), podía reír abiertamente sin tomar en cuenta las expresiones desagradables. ¿Es tan necesario encajar con el mundo? ¿Es necesaria mi preocupación de lo que piensen los demás de mí?

A mis diecisiete años, me he llevado suficientes decepciones, que he aprendido a que no debo compadecerme de mí misma porque eso no resolverá mis problemas. Pero mi incapacidad de llorar y demostrar mis verdaderos sentimientos, ¿me convierten en una excelente actriz o en una gran mentirosa?

Miro mi reflejo en el espejo de la ventana, mi cabello rubio se ha rizado después de la ducha y pestañeo mis achinados ojos grisáceos, estoy sentada con una pierna doblada encima de la otra, estoy dibujando lo que sea que se me pase por la cabeza.

— ¡Savannah, ven a comer!— grita mi madre desde abajo mientras entorno los ojos. No me apetece sentarme al suelo a comer arroz mientras pienso en todas las maneras en las que podría matarme con los palillos.

— ¡No voy a bajar a comer!—chillo para que me oiga.

Escucho los cuchicheos de papá y ella. Suspiro por sus vagas intenciones de que no escuche su conversación. Salgo sigilosamente de mi cuarto, me siento en las escaleras y les escucho discutir. En un momento concreto se me escapa alguna risilla nerviosa, ya que, cuando mi madre se enfada suelta palabras sueltas en chino y mi papá en italiano. Siempre me ha parecido curioso como no se parten de la risa al escucharse entre sí.

— ¿Ves lo que has hecho?— recrimina mamá.

—Así que, ¿¡Ahora me estás echando la culpa?!— contesta irritado.

—Todo esto, no habría pasado si no hubieras echado a Mark de casa. — le reprende ella.

—Él se lo buscó se fue por voluntad propia. Además, ya debería madurar un poco. Es lo suficiente mayorcito para que lo mimes.

— ¡Yo nunca lo he mimado! —exclama en respuesta.

—Ya, y por eso se ha vuelto un rebelde consentido. Qué se cree que puede hacer lo que se le antoje.

— Cariño, lleva un mes sin aparecer, sin llamar a su hermana para saber si se encuentra bien, su número de teléfono está desconectado. ¡¿No deberías aunque fuera dejar de ser tan orgulloso?! ─escucho su respiración acelerada y deduzco que está llorando, porque el suelo cruje bajo sus pies mientras se acerca a ella para abrazarla, mientras le susurra palabras de consuelo.

No pude evitar taparme los oídos con las dos manos, empezaba a escuchar un pitido circundar por mis tímpanos. Me levanté tambaleante, dolía escucharlos discutir, desesperarse por un hijo que no estaba, romper las barreras de las palabras que sabes que no debes mencionar pero acabas expulsando por miedo. Cuando conseguí llegar al cuarto, cerré de un portazo (no deseado). De mi mesilla de noche agarré las pastillas de dolor de cabeza y la botella. Después de unos minutos busqué en uno de los cajones de la mesilla hasta que encontré mis auriculares. Una vez sumergida en la música olvido hasta mi nombre.

Hasta que escucho portazos, sonido que todo el mundo desea escuchar cuando uno se pone música para calmarse.

— ¡Savannah, abre la puerta! ¡Queremos hablar contigo, por favor! —los gritos de mi papá solo hacen que en un segundo se me salte el corazón.

Nubes de amor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora