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Volví a la vida en segundos, como si en verdad utilizar esa cantidad de magia no le hiciese absolutamente nada a Úrsula. Primero sentí cómo mis manos y piernas tomaban forma corpórea, luego el cabello oscuro y largo volvió a acariciarme el rostro y a enredarse gracias a las jugarretas del océano que me había visto crecer, vivir y perecer.

Los pulmones se me llenaron de agua, haciéndome escocer hasta la garganta. Las algas me dificultaban la movilidad y hasta las ostras me mordían distintas partes del cuerpo, sin embargo eso estaba bien. El dolor indicaba que estaba viva y prefería vivir sufriendo que volver al estado de existencia nula al que me habían condenado.

Nadé con tranquilidad por al menos media hora. Parecía niña que volvía al mar luego de largo tiempo sin poder haber ido a visitar a un viejo amigo. Y, en cierto modo, de verdad me sentía así. Estar tan cerca de casa pero no poder disfrutarla me había matado el poco rasgo de bondad que había quedado en mí. Ahora era solo tristeza, dolor y deseos de venganza. Úrsula me había brindado la oportunidad perfecta y no pensaba desperdiciarla.

La orilla me recibió gustosa y pude apreciar que poco y nada había cambiado desde mi última visita. La pequeña playa privada del antiguo rey seguía allí, como sitio escondido del mundo exterior. Lugar privado y mágico en el que me había terminado de robar el corazón para luego romperlo hasta dejarlo hecho añicos, inútil, irreparable.

Jamás podré explicar la increíble sorpresa que la playa me tenía preparada al arribar a sus territorios. Sentado, con ropas sencillas y mirada llena de tristeza, estaba allí Alexander "El Justo". Lo supe al instante porque su cabello por los hombros oscuro y sus ojos casi tan negros como la noche eran en extremo similares a los de mi antiguo amor, sus facciones y sus gestos de sorpresa al verme lucieron casi idénticos, como si de un se tratase.

—¡Señorita! —gritó aterrado lanzándose al mar para rescatarme, pobre ingenuo.

Fingí debilidad e incomprensión mientras él me cargaba en sus brazos para rescatarme de las aguas que en su opinión casi me mataban. Mientras me sacaba del agua, pude ver cómo por un segundo las bravas olas se congelaban para mostrar un reflejo bastante distinto al que recordaba. Ya no tenía quince, sino que lucía como una mujer ya desarrollada, más adulta pero no lo suficiente como para no tener chance de enamorar al rey. El rostro de satisfacción de Úrsula me despidió y le devolví el gesto sabiéndome cercana ya a mi victoria final.

El rey me depósito con delicadeza sobre la arena y me cubrió con el abrigo que había dejado en el sitio donde antes había estado sentado. Ahora estaba empapado, algo agitado y por demás confundido por tenerme frente a él.

—¡Qué susto me dio! ¿Está bien? —indagó a la vez que sus ojos tomaban un brillo cálido y misterioso. El tipo me confundía sobremanera ya que su rostro se había empapado de ternura y alivio al verme en una pieza.

—Sí... —susurré con miedo al no saber si volvería a ser muda como la primera vez. Una voz extraña y ajena voz se dejó escuchar agarrándome desprevenida. No era la hermosa voz que Úrsula había tomado para ella aunque tampoco estaba mal—, me disculpo si le asusté, buen hombre.

Odio & Dolor (Retelling de "La sirenita")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora