Cero

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Sí, soy un chico

Una simple respuesta puede cambiar muchas cosas y la mía en especial revolucionaria mi breve existencia en la tierra.

Voy a rebobinar para que puedan entenderme.

Pertenezco a este vasto grupo de chicas y chicos a quienes les han roto el corazón. Es más, creo que podría decir que soy candidata a ser la número uno. Mi primera desilusión ocurrió en mi décimo tercer cumpleaños, el causante: mi primer chico, quien sin remordimiento alguno me engaño con mi —en ese entonces— mejor amiga. Desde ese momento cada que gustaba de alguien o me enamoraba terminaba de la misma manera: con un corazón roto, un pañuelo lleno de mocos, chocolate y mucho helado.

Con el paso del tiempo perdí la cuenta de los chicos que me lastimaron, decepcionaron y botaron como un trapo viejo. No, no soy una cualquiera o fulana, solo una chica ilusa y enamoradiza.

En ese mi deseo por encontrar a mi media naranja, mi alma gemela, mi complemento; encontré a Aaron Parks, sinónimo de perfección, eso claro hasta que también me botó. El fin de nuestra cursi y empalagosa relación fue presenciada por todos los estudiantes, maestros, encargados de limpieza y seguridad del American School. Y como era de esperarse resultó ser todo un show y fuente principal de conversación, chisme y comidillas en las semanas siguientes. Poco después en los pasillos del prestigioso instituto me volví mejor conocida como "la chica que el Presidente del cuerpo estudiantil había botado". Un apodo bastante largo. Me encontraba completamente  indignada por la situación y no permití que él saliera impune. Y luego de mi suntuosa venganza no dudaron en expulsarme ya que un Aaron sin cabello era hijo de la Directora.

Mis padres, molestos por mi comportamiento —según ellos infantil— decidieron castigarme, pese al hecho de ser yo la víctima y su primogénita e única hija. El castigo consistía en confinarme a pasar mi último año como estudiante en un mugre internado. No considero que la cosa fuera tan grave como para sacarme del país y mandarme lejos de la civilización. Solo le corte el pelo y le obligue a andar semidesnudo por los pasillos del Américan. De todos modos no había nada que pudiera hacer siendo menor de edad, y la emancipación no era la mejor opción así que lo descarte.

El London Academy es el nombre del recinto carcelario al que me inscribieron, un lugar privado y de renombre, donde las reglas son cosas que no se rompen, el uniforme es obligatorio y los maestros son unos amargados —¿Donde no lo son?— y claro, esta situado en las afueras de Londres. Adiós civilización, adiós Internet, adiós vida social —la que nunca tuve —.

Unos días antes de mi viaje a Londres me enviaron el uniforme que debía ser para una señorita, sin embargo por las más lógicas razones me mandaron el de un varón. Soy consciente de la mala fortuna y las desgracias que acarreo conmigo; pero esta situación se amerita a mis amados padres, a quienes se les ocurrió darme un nombre unisex y no aclarar en la solicitud de inscripción que soy una chica. De ahí el error. Mis desgracias acrecentaron en niveles abismáticos al enterarme que uno de los requisitos principales era llegar el primer día vestido con el uniforme de un tono monocromático, no era completamente obligatorio, pero era conveniente para evitar las miradas curiosas y prejuiciosas de los estudiantes, el año escolar había iniciado hace más de un mes y sería la única nueva.

La verdad mi nombre es bastante femenino y no entiendo, ni entenderé ¡Jamás!, como es que se equivocaron. René Tyler, ese el nombre que me dio mi padre, un afamado y reconocido Juez que quería un hijo varón.

Pero dejando de lado eso, tras una y otra discusión entre el señor y la señora Tyler, estos acordaron que mi madre sería la encargada de abandonarme en aquel desolado lugar que ellos llamaban "internado". La mañana de nuestra llegada el raciocinio me abandono ya que opté por vestir de varón, mi no tan elaborada plan era llegar cambiar la ropa y aclarar el error. Todo esto para escapar de los miradas de cualquier fisgón y todos felices. Sin embargo me veía ridícula, sería fácilmente el blanco de burlas y es posible que me tildaran de loca o bicho raro. Una chica vestida de hombre. Bienvenidos al siglo XXI, donde los prejuicios son el pan de cada día.

Para encubrir que era una chica recogí mi cabello en una gorra de invierno y para darle el toque perfecto me puse unos anteojos de grandes marcos negros. No era el mejor disfraz; no obstante servía. Parecía un nerd escuálido, un chico algo afeminado, poco agraciado, un ñoño. Ni yo misma me encontraría atractivo.

Mis neuronas al igual que mi raciocinio brillaron con su ausencia. ¿Verdad?

A mamá le resultó bastante gracioso ya que no dejaba de reírse cada que me miraba de reojo. Estoy segura que será una anécdota que contará en cualquier reunión familiar. Cuando llegamos mi madre me ofreció uno de sus típicos sermones, todo tipo de consejos y luego de babearme el rostro, se marchó, dejándome sola en el entrada del London donde me esperaban el Director y una mujer de administración. Esta última estaba más maquilla que el guasón en cuanto al hombre era alguien serio y muy canoso, él cual al verme me miró desinteresado; pero la mujer con gesto despectivo me examinó desde la punta de los pies hasta la última hebra del gorrito.

Luego de ese extraño momento de miradas y de un silencio incomodo los tres nos adentramos en el enorme recinto, mis dos recepcionistas me decían las reglas y montón de cosas que no escuche, me limité a asentir con la cabeza mientras mi atención se la llevaba las instalaciones de mi nuevo hogar provisional. Mi diminuta cabecita —eso lo digo literalmente, no estoy diciendo que sea una hueca— trataba de asimilar mi devastador destino; hasta que la señora habló:

—Creo que puedes ir tú solo hasta el dormitorio de varones—. dijo.

¿Varones? De manera fugaz mi degenerada imaginación se encargó de idear las más ridículas hipótesis. ¿Sería parte de una orgía? ¿Tan fea era? Acaso podía ser posible, me confundieron con un chico. Ridículo. Estaban ciegos. He visto y leído sobre este tipo de errores más nunca me resultó verídico. Era algo demasiado fantasioso, tal vez la falta de pechos y un buen par de nalgas era mi gran problema. Debería maquillarme más seguidamente, sacar piernas, usar brasieres con relleno y definitivamente vestir como una chica normal.

Sin importar el que hubiese escuchado claramente las palabras que aquella mujer había dicho, me atreví a preguntar. —¿Perdón?

La señora de administración al escuchar el tono de mi voz frunció el ceño y bajó sus gafas hasta su tabique nasal, achino los ojos y me observó para luego cuestionar con cierto tono de mofa: —¿No eres un chico?.

Obvio que no era un chico. Quería gritarle un "No" y luego reírme ante tal estúpida confusión; en ese preciso momento una alocada idea se coló a mi insensata cabeza. Hacerme pasar por un chico no sonaba tan descabellado en mi mente y mientras más lo pensaba más me gustaba la idea.

Siempre quise saber como piensan los chicos, saber porque siempre me terminan, me botan o me engañan. Si voy como una chica y les pregunto no me dirían nada. Como un chico podré convivir con ellos y tratar de comprender su forma de ser y es posible, aprender de ellos.

Podría meterme en muchos líos pero nada que mi padre o el dinero no pudieran arreglar. Eso creo. Dudo mucho que el director y la mujer sean personas seniles, si ellos me confundieron con un chico ¿Porqué los demás no lo harían?.

Es así que con una sonrisa dibuja en mi rostro y con el tono de voz más grave que pude hacer, respondí. —Sí, soy un chico.

Sí, soy un chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora