Trece

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REANIMACIÓN CARDIOPULMONAR

No hubo fiesta, ni trofeo, perdimos, y quisiera decir que fue nuestra culpa por llegar medio intoxicados y mareados al partido, pero no, el otro equipo era bueno. Tan bueno que al minuto quince ya nos había propiciado el primer gol.

Al retornar no hubo música, gran parte del viaje dormí apoyada en el cristal de la ventana ya que el huesudo hombre de Samuel fue una tortura en el primer kilómetro. Todos estábamos tristes, y podría jurar que ese sentimiento se duplicaba en Marcelo. El era capitán del equipo, era nuestro diez, nuestro delantero, nuestra estrella y el peso y esperanzas que ejercíamos en él lo hacían sentirse responsable. No lo decía, pero quiero creer que habíamos establecido cierto tipo de relación que me permitía darme cuenta de ese tipo de cosas con solo verlo. Su mirada perdida, los hombros caídos. Un espíritu decaído.

Cuándo estuvimos nuevamente en el internado, un par de veces encontré a Marcelo practicando solo a altas horas de la noche, y en cada una de esas opciones quise acercarme. Pero no pasaba de asecharlo oculta tras un par de arbustos.

No fue hasta una tarde luego de una clase extra que me arme de valor y le ofrecí mi incipiente ayuda.

—Claro —me respondió. Marcelo era demasiado condescendiente y benevolente como para gritarme una verdad muy palpable en el ambiente; más que ayuda, yo era un perjuicio para su práctica.

A los cinco minutos mi teoría se confirmó, cuando mi débil cuerpito sin resistencia se rindió. Marcelo al verme en tal estado, demacrado y fútil, me indico que me colocará en la portería y que tratara de retener la pelota.

Tratara.

Poca fe tenía en mí. Como es posible predecir, me apalearon magistralmente. No hubo gol que pudiese parar. Mache era demasiado ágil y veloz.

La pelota era una bala viajando a una velocidad increíble y mis piernas eran gelatina titubeando entre mantener su posición estática o correr.

Luego de esquivar un par de pelotazos, uno escapó de mi campo visual y logró colisionar con mi raquítico cuerpo. La bola impacto contra la boca de mi estómago dejándome sin aire. Por milésima de segundo procure recuperar el oxígeno que tardo más de lo esperado en llenar mis pulmones y devolver mi cuerpo a la normalidad. Caí rendida inpso facto en el suelo de rodillas y Mache corrió hacia mí preocupado. Su pelo pegado a su piel brillante y mojada por el sudor, su respiración entre cortada al hablarme luego de haber corrido tan rápido:

Me derrito. Me derrito.

—¿Estás bien?

Él me dejaba sin aliento con solo verlo, con sus ridículos actos empáticos. Con esa mirada dulce que derretía cualquier muro de protección que había erigido para salvaguardar mi desventurado corazón.

Tómame salvajemente, Marcelo.

Ignorad mis pensamientos concupiscentes.

Pueden juzgarme por lo que hice después, pero aquí les pregunto, ¿ustedes que habrían hecho?

Me desmaye.

Bueno, fingí desmayarme. Si algo era real era el dolor que sentí al lanzarme con torpeza en suelo y un gemido de aflicción escapo de mis labios. Aún así quede en silencio, cerré los ojos con fuerza y contuve la respiración.

Marcelo me zarandeo al principio, en tanto azucaradas palabras afloraban de sus labios.

—¡Tyler despierta! —gritó con preocupación — Te pondrás bien. Aguanta.

Abrí ligeramente uno de mis párpados y una chico medroso e indeciso buscaba torpemente pulso en una de mis muñecas.

Me derretía como mantequilla al ver que todo estaba resultando como lo idealizado en mi enajenada imaginación.

Sí, soy un chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora