Ocho

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Mi pareja de baile

No me gustan las películas de viajes en el tiempo, por que por mucho que se esfuercen en darle coherencia a la trama está siempre termina dejándome con unas tremendas dudas existenciales e interrogantes que perturban mis momentos de ocio. En la cocina, cuando estoy tragando (literal, ya que parezco ave que engulle todo lo que encuentra), en la sala, cuando estoy viendo televisión, cuando leo un libro y a veces incluso cuando estoy en el baño. Esta bien, sobre todo cuando estoy en el baño.

Pienso que uno no puede simplemente estar paseándose libre por el tiempo y el espacio. Nuestras acciones tienen sus consecuencias y no lo digo yo, lo dice Newton en su tercera ley.

Por más pequeño que sea un cambio en el tiempo este puede generar un sin fin de paradojas y caos en sí. Las palabras son iguales, peligrosas si no se usan bien. Lastiman, corrompen, son putrefacción en ciertas bocas, son mentiras en otras.

Ejemplo vivo de lo anterior dicho, soy yo.

Me muerdo las uñas mientras en mi mesita de noche al lado de mi cama, mi celular vibra y la pantalla se alumbra mostrando una fotografía que nos tomamos hace un año en el viaje al salar de Uyuni en Bolivia. Mi madre luce hermosa en esa fotografía, sus rulos ocupan la mayor parte de la foto, mi padre esta a la izquierda con su brillante y resultante calva, y a la derecha me encuentro arrugando los labios, aún con mi castaña y larga cabellera.

Tengo algo de temor.

Voy a lastimar la yema de mi dedo anular si sigo mordiéndolo frenéticamente y sin sentido.

Mi madre me esta llamando y no puedo contestarle. Casi siempre hablamos por mensajes y rara vez suele llamarme, pero esto es diferente. Esto es malo para mi. Es una video llamada.

El pánico me invade. Ya ha marcado más de tres veces, una cuarta vez puede costarme la vida. Mamá no tolera que no le conteste el móvil, y no tengo excusa, ella sabe que vivo pegada a ese aparato.

La llamada esta entrando, miro a mi alrededor buscando algo para colocarme en la cabeza y cubrir el estilicidio que he cometido. Mamá me matara, me comerá viva y degollara, para luego darle mis vísceras a los perros. Lo peor es que no puedo encontrar nada para cubrir mi cabeza, ni siquiera el gorrito con el que llegue.

Sigue sonando y sigo sin saber que hacer.

Tengo que contestar y Samuel esta sentado como siempre frente a su ordenaron con los audífonos puestos, y aún así temo que pueda escuchar por lo que salgo al pasillo a responder.

—Hola —me tiembla la voz y también la mano.

Mi madre suelta un largo suspiró y pregunta casi gritando desde el otro lado de la pantalla:

—¿Porqué no me contestabas, René?

—Lo siento... —Inventa algo bueno —, estaba ocupada.

Existe un ligero intervalo de silencio antes de que vuelva a vociferar.

—¿Porqué no puedo ver tu rostro?

Con las manos sudados y el teléfono anhelando escapar de mis dedos reúno valor para idear otra mentira.

—Mi pantalla esta... ¿mal?

Solo espero no halla notado mi inseguridad al responder. Estoy mintiendole a mi madre, traicionando su confianza.

—No seas tonta —Nuevamente chilla, logrando que aleje un poco el móvil de mi odio derecho —, estoy viendo tu oreja.

Apretó los labios y cierro mis ojos como si con esos actos lograse resolver mi problema.

Ya lánzate de un puente.

Sí, soy un chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora