Una horquilla para los dientes

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Nació en otoño. Un mes donde el sol no calienta lo suficiente, los árboles se tiñen de rojo sangre y las manzanas podridas se estrellan en el suelo.

Seriu odiaba el otoño solo un poco menos que el invierno. Extrañamente fue el mes en el que nació. Había un gran arce que crecía junto a su casa y llamaba la atención del pequeño Rhet. Solo lo veia a traves de la ventana cuando lo levantaban y sus manitas se estiraban como si quisiera alcanzar las lejanas hojas.

Seriu arrancó unas cuantas hojas de las ramas bajas y se las llevó. Todo lo que Rhet quisiera él se lo daría.

Resulta que en pocos meses su mundo de una persona se expandió para dar cabida a una extra. Bien dicen que la sangre llama, quizás no fuera una tontería. El extraño sentimiento de protección vino acompañado de algo más que no supo identificar pero le resto importancia ya que no era muy fuerte. Con el pensamiento de que Rhet se alegraría con unas simples hojas se formó una imperceptible sonrisa en sus labios. Sin embargo la realidad difiere de los ideales.

Rhet ni siquiera les dedico una mirada a las hojas.

Al quinto mes en las suaves encías del pequeño pelirrojo se empezaron a asomar un par de dientes blancos. Por ello el Rhet parecía incómodo e incluso malhumorado, ignorando cualquier cosa con la que intentaran calmarlo. Constantemente metía sus dedos en su propia boca y babeaba en exceso. Seriu se había cansado de limpiarlo cada vez y su madre dormía casi todo el día.

—¿Por qué lloriqueas tanto? ¿Duele?  — vio dentro de la boca del menor y noto que sus encías ya no eran de color rosa, ahora estaban un poco rojas e hinchadas, al tocarlas incluso se sentían calientes.

Seriu reflexiono sobre ello, un tanto molesto porque sus esfuerzos fueron en vano. Si Rhet seguía siendo tan malagradecido dejaría de preocuparse por su bienestar. Pareció recordar algo y sus cejas fruncidas se alisaron.

Casualmente había escuchado hace algún tiempo en el mercado que cuando a los niños les salían los dientes había que ponerles algo frío en la boca. No sabia que el parloteo de las mujeres sería útil, incluso cuando no entendía la razón. Se puso a rebuscar en los pocos cajones de su madre y en el fondo de uno encontró lo que buscaba. Era una horquilla de jade blanco. Un extremo era afilado pero el otro era una bella flor de cinco pétalos suaves y redondeados. La textura era agradable al tacto, lo suficiente como para volverse adicto a ella y frotarla una y otra vez.Sin embargo Seriu fue indiferente a esto, incluso dudaba que fuera jade de verdad, lo único que le importo fue que su superficie era fría

Pero, sintiendo que no estaba lo suficientemente fría, salió de la casa hasta el río y sumergió la horquilla en la agua helada de la mañana hasta que sus dedos comenzaron a entumirse. No planeaba correr de la casa al río una y otra vez, por eso se la llevaría tan fría que le haría competencia a un trozo de hielo. Ni siquiera se molestó en sacudir el exceso de agua antes de meter la horquilla en la boca de Rhet, asegurándose de darle el borde redondeado y no el filoso. Lejos de mostrar rechazo por el abrupto cambio de temperatura, el bebé se aferró a esa cosa fría y la usó como si fuera un chupete.

Seriu exhaló aliviado. Por fin algo de paz.

Se acostó en un lado de la cama, con la barbilla recargada en su mano pensó disgustado: "Te doy la mano y me arrancas el brazo ¿No es así"

En un inicio se limitó a vigilarlo por las noches ocasionalmente, pero antes de darse cuenta también debía estar pendiente de él mañana, tarde y noche. Con su madre saliendo y durmiendo casi las veinticuatro horas del día... ¿Adivinen quien tuvo que cargar con esa bolita roja?

No es que ahora le importara mucho aunque en un inicio si fue molesto. Rhet se le pegó como una pequeña garrapata. Seriu no podía alejarse más de cinco metros o Rhet se pondría inquieto y si no lo veía volver lloraría. Seriu experimento una y otra vez comprobando que lo que el bebé buscaba era su presencia, esto le provocó un extraño placer que lo incito a molestar una y otra vez a Rhet, haciéndolo pensar que se estaba yendo. De esta forma encontró un nuevo pasatiempo: Molestar a su hermanito.

Aburrido, tiro de la horquilla y la sostuvo fuera del alcance del menor. Rhet agito sus cortos brazos hacia arriba y gimoteo.

—¿La quieres?—rió divertido y un tanto malicioso—. Entonces habla, dí: "Horquilla"

Rhet sollozo.

—No me importa si lloras, si no hablas no te la daré —se reacomodo mirando con atención la expresión del menor —. No es tan difícil. Hor-qui-lla.

—Es muy pequeño, todavía no puede hablar —la repentina voz de su madre lo sobresaltó

Al encontrar a sus dos hijos dormidos en la cama al regresar por la mañana, decidió no molestarlos e ir al dormir al bulto de mantas que Seriu preparó en el suelo como cama improvisada hace tiempo. Seriu no se conmovió en lo más mínimo por este gesto, la miró fríamente antes de devolver la horquilla a la boca de Rhet y silenciarlo de nuevo. Tenía una vaga idea de que esa horquilla era importante para su madre, pero de todas maneras le dio un uso tan burdo y de cierta forma desagradable teniendo en cuenta que ahora el objeto en cuestión estaba todo babeado.

Pese a ello la mujer no se molestó, por el contrario, se levanto y tomo en brazos a su hijo menor ayudándolo a mover mejor la horquilla y aliviar sus encías. Su cercanía repelió a Seriu y este se fue a la cocina. La mujer sonrió con un destello de astucia en los ojos y hablo en voz baja y susurrante.

—Seriu...Seeeriiiu... —los grandes y oscuros ojos del bebé la miraban con atención— Es el nombre de tu hermano...Seeeriiiu...

Alargaba las vocales esperando que así Rhet captará mejor el sonido y pudiera imitarla aunque como ella dijo: "Es muy pequeño, todavía no puede hablar".

Sin embargo si la primera palabra de Rhet resultaba ser "Seriu" ¿Cómo reaccionaría el mencionado?. Ella solo podía imaginarse la expresión de este y contener lo mejor posible la risa.

Así, en cada oportunidad que se le presentaba, ella repetiría docenas de veces el nombre de Seriu con calma y claridad. Aunque su hijo mayor intentaba ocultarlo o todavía no era plenamente consciente, ella sabía que una pequeña semilla de cariño por su hermano menor se había incrustado en su corazón, y para asegurar el bienestar de Rhet, se encargaría de fortalecer y asentar ese sentimiento.

Conociendo la naturaleza de Seriu siempre temió por él y a veces de él. Una madre no debería opinar mal de su propio hijo pero no podía apartar el pensamiento de que había algo oscuro y peligroso en ese niño. No mostraba interés ni preocupación por otras personas y no dudaría en empujar a otros al abismo si con eso él podía salvarse sin cargo de conciencia. Embustero y traicionero a tan corta edad, no quería ni imaginar qué sería de él cuando fuera adulto.

Pero con la llegada de Rhet...¿No había cambiado un poco?

La sonrisa que tenia al interactuar con Rhet no era falsa, al menos eso es seguro.

Aunque no ser falso tampoco implicaba algo bueno. Entre más sincero es un sentimiento mayor es su intensidad. Y entre mayor es su intensidad más peligroso se vuelve.

La carencia de una virtud es un defecto, así como el exceso de esta. Pues con el amor es igual.

Dale a una persona que nunca ha experimentado amor en su vida alguien a quien aferrarse y mira que pasa. El resultado es tan asombroso como aterrador.

El Conejo y la SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora