Hace mucho tiempo las bestias dominaban el mundo.
Destruían y atemorizaban a los humanos, reduciendo su número, no existía nadie que les pudiera hacer frente.
Los lobos eran especialmente salvajes y fuertes, cuando se agrupaban se volvían invencibles, arrasaron con cientos de pueblos y se comieron a sus habitantes. Sus aullidos hacían temblar la tierra igual que los truenos del cielo.
Se dice que de todas las bestias esta era la más peligrosa y la gente nunca lo dudo.
Intentaron por muchos medios encontrar una forma de derrotar a aquellos monstruos que los habían atormentado toda su vida, pero entre más se esforzaban, más inútiles parecían sus acciones. La esperanza que en un principio ardía con vigor se fue sofocando y el valor desapareció.
Las personas rogaron a los cielos que los salvaran y los dioses respondieron.
Un forastero llegó a aquellas lejanas tierras cargando una espada. En el mango había tallada una luna menguante. Se internó solo en el bosque y cuando por fin salio después de dos noches y un día era diez veces más fuerte que cuando llegó.
Matando y comiendo la carne de la bestia se adueñó de su fuerza y la usó en contra suya.
Así, esporádicamente, fueron apareciendo más y más personas que derrotaron a las bestias y a cambio obtuvieron habilidades sin igual. Se les nombró como las diez bendiciones del cielo.
Incluso ahora, a través de cientos de años, los descendientes de estas personas viven llevando el legado de sus ancestros. Cualquiera cuya línea de sangre este emparentada con los héroes del pasado tendrá una vida próspera y un futuro brillante.
Caso que obviamente no tenía nada que ver con las tres personas apiñadas en una casa destartalada, resistiendo el crudo invierno.
Incluso cuando la mujer tenía círculos oscuros marcados bajo sus ojos sacaba algo de tiempo para convivir con Rhet y enseñarle algunas palabras mientras Seriu los ignoraba en un rincón. Era el último y más largo mes de invierno y los tres estaban en el mismo cuarto con puerta y ventanas cerradas. Aun así el fantasmagórico silbido de las ráfagas invernales llegaba hasta sus oidos.
—Graaaacias... —repitió por decimoquinta vez mientras jugueteaba con las pequeñas manos de su hijo envuelto en capas de ropa.
Seriu frunció el ceño.
—¿Por qué le estás enseñando cosas inútiles? —preguntó con un dejo de irritación, ya era el tercer día que la mujer insistía con ese tipo de palabras.
Su madre lo miró un momento antes de sonreír y regresar su atención el menor en su regazo.
—No es algo inútil. Uno siempre debe mostrar apropiadamente su gratitud hacia las personas que te ofrecen una mano —explicó con una voz dulce— ¿Verdad que si mi amor?
Rhet, que estaba de buen humor, rio.
—¿Gratitud? —casi escupió la palabra— ¿Cuando hemos recibido ayuda? En cuanto él crezca las personas dejaran de sentir simpatía y no será más que otro niño de la calle hijo de una prostituta.
—Yo no estaría tan segura. Rhet es un niño que puede ser fácilmente amado por lo demás —tomando al pequeño cuidadosamente lo levantó a la altura de su rostro y froto afectuosamente su nariz con la del bebé provocando que una infantil y sonora risa se propagara por el cuarto— ¡Es tan lindo! ¿Quién podría no amarte? ¡Solo con ver tu dulce carita es suficiente!
La mujer deliberadamente ignoró su último y ofensivo comentario. Ya está más que acostumbrada al desprecio de su primer hijo, pero en las últimas semanas, sintió que su relación no era tan mala. Ahora podían coexistir en el mismo cuarto y Seriu a veces tomaba la iniciativa de hablarle.
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El Conejo y la Serpiente
FantasyHabía una vez un adorable conejo que nació en el nido de una serpiente venenosa. Pero no murió. Aunque quizás eso hubiera sido lo mejor.