❥┊Capítulo 3┊

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¿Cortadas? ¿El brazo de Luka tenía cortadas? No, tenía que ser un error. No podía, por más que quisiera, imaginar a Luka autolesionandose de esa forma. Pero eran muchas cortadas. No era médico pero sabía que varias eran de hace poco. En especial una de ellas.

¿A caso había intentado suicidarse?

Luka llevó su mirada a Meiko y se percató de que esta no dejaba de mirar su brazo y ahí fue cuando se dió cuenta que la manga de su camisón se había caído. A pesar de que le quedaba tan flojo, no se imaginó que este fuese a caerse sólo por el acto de levantar el brazo para darle un trago a su chocolate, pero lo había hecho. Ahora no sabía que hacer, le había mostrado una parte muy vergonzosa a Meiko, una que trató de ocultar por tantos años.

—Y... ¿cómo van las clases? —preguntó Luka para tratar de que la atención de Meiko se centrara en otra cosa, y con un movimiento rápido subió la manga de su camisón, asegurándose de que esta vez no se cayera.

Pero Meiko no le respondió.

—¿Meiko? —insistió, pero no había respuesta.

Decidió no seguir insistiendo y sólo siguió tomando de su bebida, pero la incomodidad sólo aumentaba.

—¿Qué es eso?

Luka sabía a lo que ella se refería, pero trató de evadirla y miró hacia otro lado.

—¿Qué es qué?

Meiko se levantó de su aciento, caminó hasta ella y con un movimiento certero la tomó del brazo haciendo incluso que Luka botara una galleta que había tomado antes. Y Luka no hizo más que soltar un quejido de dolor. No había sido el agarrare en sí, si no el lugar que estaba apretando.
Meiko llevó su mano hasta la de Luka y la sujetó para luego, con la otra mano bajarle su manga.

—A esto me refiero.

Diversas cortadas de diferentes tamaños se miraban a lo largo del brazo, desde la muñeca hasta el codo, pero una en específico se había robado toda la atención. Al parecer la más nueva.

—Ah, eso... —respondió sintiéndose derrotada. Ya no podría ocultarlo.

—¿Por qué...?

—Es difícil de explicar...

—¡Pues explicamelo! —exclamó dejando salir ahí su enojo.

Los ojos turquesa de Luka empezaron a humedecerse y la piel de su cara tomó un color rojizo mientras millones de frases que podría decirle pasaban por su mente. Pero ¿cómo podría explicarlo? ¿cómo explicarle a alguien lo que no había logrado explicarle nisquiera a su propia hermana?

Quería morirse. De entre todas las personas justamente Meiko tenía que enterarse.

—¡¿Cómo explicártelo si no lo sé?!

Meiko soltó su brazo y toda sensación de enojo se borró. Ahora se sentía mal al ver a Luka llorar desconsolada frente a ella, por su culpa.

—Lo... lo siento...

Luka subió la mirada deteniendo su llanto, limpió un par de lágrimas en sus mejillas coloradas y negó con la cabeza.

—N-no. No tienes por qué disculparte.

Nuevas lágrimas bajaron por sus mejillas, esta vez de una forma más sutil, pero estas fueron limpiadas por unas manos ajenas a las suyas, unas manos grandes y suaves, que la acariciaron con mucho cuidado.

—En serio, lo siento.

—Meiko...

Meiko limpió con cuidado las lágrimas de Luka y estas, luego de un rato dejaron de caer. No sabía por qué lo hacía, pero al verla llorar la hizo sentir impotente y con un enorme sentimiento de querer protegerla y consolarla.

Luka cerró los ojos disfrutando de las caricias de Meiko, y cuando estas se detuvieron volvió a abrirlos.
Era la primera vez que ella era tan dulce y por supuesto le gustaba, después de todo los sentimientos por Meiko aún no se iban.

Las miradas de ambas se encontraron y de pronto sintieron un pequeño cosquilleo en sus estómagos y sus corazones empezaron a latir con fuerza. Por más que querían apartar la mirada no podían hacerlo, como si hubieran caído bajo un hechizo.

Inconscientemente ambas esperaban algo.

El sonido de la puerta al abrirse terminó con el ambiente que se había creado entre ellas y cuando la recién llegada entró en la cocina ambas chicas estaban comiendo y tomandose sus bebidas de una forma tan rápida que parecía que iban a ahogarse en cualquier momento. Ella sólo las saludó sin recibir respuesta y caminó con sus compras sin hacer ningún tipo de pregunta.

—¡Iremos a mi cuarto, hermana! ¡Por favor no nos molestes!

—Claro, luego subiré a dejarles más chocolate y dulces que compré, pero tocaré por supuesto.

—¡Bueno! —exclamó y salió corriendo llevando a una Meiko confundida casi arrastras de la mano.

La señora no hizo más que desempacar sus compras mientras tarareaba esa canción que tanto le gustaba.

Confesión de amor┊MeiLuka┊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora