Lo siento, Newt

Lo siento, Newt [Unica parte]

No podía. Simplemente no se sentía capaz de hacerlo, sus manos temblaban, el sudor cubría su cuerpo por completo y sus ojos no se despegaban del cuerpo de Newt, arrodillado frente a él, rogándole que le matara.

—Por favor, Tommy, por favor...

Parecía estar en una pesadilla. La peor de todas sus pesadillas.

Analizaba cada rasgo de su amigo, lo que la enfermedad le había hecho, y seguía sin poder creer que ese hermoso chico británico que había conocido en ese maldito laberinto, del que se había enamorado, estuviese frente a él, viéndose de una manera tan espantosa, roto, destruido.

Sus piernas flaquearon y cayó al piso, arrodillado bajo la atenta mirada del rubio, que parecía estarse controlando para no ceder a sus impulsos y matarlo.

No tuvo fuerzas suficientes ni para sostener el arma, dejándola caer en la arena.

—No lo haré Newt, no puedo. Lo siento...

Fueron las palabras que salieron de sus labios en un lastimero sollozo, agachando la mirada. Le había fallado, no había podido cumplir su último deseo, que había sido plasmado en una pequeña carta.

Un gruñido se escuchó. Alzó la mirada y observó a un colérico Newt, controlándose todavía para no saltar sobre él.

—Vete de aquí, me fallaste, Tommy.

Aquellas palabras fueron como un puñal atravesando su pecho. Sus ojos se abrieron cuales platos, y las lágrimas siguieron fluyendo de sus cuencas, deslizándose por sus mejillas para terminar cayendo en la cálida arena.

—¡VETE!

Negó, no podía, no podía irse y dejarlo allí.

Y en ese instante, la poca cordura de Newt, desapareció. Lo miró fijamente y pudo observar como sus ojos se oscurecían y cedía a la locura.

Pronto, tenía a Newt... Un crank, encima suyo, clavando sus dientes en su cuello, pareciendo querer devorarlo por completo.

—Lo siento... Newt.

Fue lo último que murmuró mientras sentía los dientes ajenos clavándose en su cuerpo, sacando trozos de piel y de carne. Pero estaba bien, estaba bien porque se trataba de Newt.

Había muerto en manos de la persona que amaba, ¿Qué más podía pedir?