Recuerdo una luz...
No una luz cualquiera...
Una luz ardiente que brillaba y me cegaba dejándome con la mirada perdida...
Era una luz que colgaba de mi cabeza...
Aquella tarde de septiembre que marcó un antes y un después, aquella tarde que significaría que nada de lo vivido volvería a ser lo mismo, que el tiempo en aquel instante pasaba lento y solo extrañaba una parte de mi que se quedó en el ayer.
Siempre me decían que no me detuviera, que el tiempo pasaba y con el, mis pasos y mis momentos vividos por cada hora...cada minuto...cada segundo que pasaba a medida que caía el Sol tras los edificios que rozaban el cielo.
Me decían que nada se derrumbaria, lo que no sabían es que gran parte de mi vida quedo derrumbada por tantos golpes y caídas que desde que tengo consciencia.
Mi madre siempre me veía estallar con cada mirada perdida que tenia entre lágrimas. Me decía que ese sentimiento era el miedo a que me hieran, que yo por muy derrumbado que estuviera ya estaba en la cima, en lo alto de una montaña y que no por ser derrumbado significa haber fracasado.
Pero no puedo evitarlo...Soy leal, no quiero ser ese patético, ese niño tonto, ese niño del que se aprovechan para reír a carcajadas y ese estúpido del que todo el mundo habla.Recuerdo aquella carta escrita por mi madre y aquel fragmento que hizo que estallara entre lágrimas...
-《¿A que olerá tu piel serena?
¿Que sentiré cuando te vea?
¿Cómo dolerá ese abrir camino entre las entrañas de un abrigo que te regala a los brazos de unos padres?
Allí estará tu primer llanto.
Allí quedarán dormidos aquellos gritos de placer infinito que volverán a mi cada vez que tú me duelas.
Cuando al trasluz de un cristal frío brille tu rostro y sientas vida.
Tú eres mi triunfo, hasta cuando te sentí dentro de mí y todo gire en torno a tu mundo.》