Día ocho.

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Maia despertó, de nuevo en su cama. No recordaba nada, y a la vez, recordaba todo.

Su boca aún tenía el gusto de mar salado... mezclado con el gusto a la piel de Harry. Era increíble, se sentía bien, francamente, de maravilla. Y parecía que lo llevara, en lo alto, en un cartel, gravado en su frente: Ha sido la noche más espectacular de mi vida. He hecho el amor... con él.

- ¿Maia? - la voz de David sonó al otro lado de la puerta.

- ¿Sí? - preguntó ella, aun mirándose en el espejo. Estaba descabellada. Pero se sentía diferente, se sentía más mujer. Llevaba el pijama, pero aún se sentía desnuda, ante Harry.

- ¿Puedo pasar? - Preguntó David.

- Claro.

- ¿Cómo estás? - dijo su padre cerrando la puerta tras él. - Hace tiempo que no hablamos... últimamente la pasas mucho con Harry.

- ¿Algún problema? - masculló ella. - Creo que es el único que me da el apoyo que necesito. - hizo una mueca y cogió ropa para irse a duchar. Aun que aun dudaba, si ducharse o quedarse impregnada de las sensaciones de ayer. - ¿Tienes algo que decirme? Porque creo que a las once hay que ir a la jodida quimio. - gruñó.

- Hija... sé que esto es difícil para ti.

- ¡No! No empieces con que, hay pobre Maia, debe estar pasándolas mal. Yo tengo lo que me merezco, y voy a afrontarlo. Sola o acompañada. He aprendido a ser fuerte, y así seguiré siendo, hasta que me muera, dentro de ocho días más o dentro de dos años o de los que haga falta. Y paso ya de dar penita. - dijo con un rintintín algo amargado. -Sigo con mi jodida vida durante estos días que me quedan. Si te gusta bien, si no también. Yo de ti aprovecharía los últimos momentos que te quedan de pasar conmigo.

David se la miró entristecido.

- Lo siento papá... - se arrepintió durante dos segundos, Maia - no quería decir eso último...

- No, no, Maia. - Él negó con la cabeza y tiró hacia atrás alguno de sus mechones castaños y lacios - tienes razón, cielo... - se acercó y la abrazó. - después de la quimio, si no estás muy cansada, pasaremos el día juntos. ¿Te parece?

- Perfecto. - sonrió Maia. - Voy a ducharme. - le dio un beso en la mejilla.

David asintió y se dirigió hacia la puerta de la habitación de su hija mediana, para salir.

- Ah, y papá... - dijo Maia antes de entrar en su cuarto de baño.

- Dime.

- Te quiero.

Y sin esperar respuesta, se encerró en el baño. Con pestillo. Como solía hacer. Sin saber que había dejado a David con una tierna sonrisa en la boca. Y con un par de lágrimas suspendidas por unas cortas pestañas.

Don't let me go. » h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora