Miércoles 21 de marzo de 2007, 16:44h
Quién me lo iba a decir
No he terminado el libro. La cabeza daba demasiadas vueltas a las últimas treinta y tantas horas de mi vida. Stephen King y su Apocalipsis tendrán que esperar. Ahora estoy viviendo el mío propio.
Al llegar al edificio donde vivo he ido directamente a llamar al timbre del primero -aquí no hay entresuelo y solo tenemos una puerta por piso-. Me preocupaba más saber algo de lo sucedido ayer que comer, a pesar de que eran ya las dos pasadas. No es que tuviera demasiada hambre tampoco. Los problemas, dicen, quitan el apetito.
Al parecer no había nadie, así que he subido al segundo, de donde salía un olorcillo a carne rebozada con ajo y perejil. La boca se me ha hecho agua y he descubierto algo importante: los problemas no quitan el apetito, lo engañan. He pulsado el botón del timbre y dentro ha sonado un zumbido, al que han seguido unos pasos lentos acercándose a la puerta. "¿Quién es?", ha preguntado una voz de mujer mayor.
Entonces he pensado que igual no me abriría. Quizás me tuviera miedo. Yo, pensándolo fríamente, no abriría a alguien que el día anterior le ha dado una paliza al vecino de arriba. Además, no se puede decir que haya mucha relación entre los vecinos. Al ser todo pisos de alquiler la gente va y viene a menudo, y como mucho cuando nos cruzamos en las escaleras es un "hola" o "adiós" apresurados y poco más. Eso de irle a pedir azúcar o leche al vecino de enfrente queda para las películas.
"Soy el vecino del quinto" he dicho, intentando que mi voz sonara tranquila. Unos segundos después la puerta se ha abierto y una mujer de unos cincuenta años se ha adelantado con una agradable sonrisa en su rostro. Creo que me la he encontrado un par de veces en los dos años que llevo viviendo aquí, y en ninguna de esas ocasiones hemos ido más allá del saludo de rigor. Hoy ha sido distinto. Ha alargado la mano para estrecharme la mía y ha dicho: "Me llamo Magda. Lo que hiciste ayer fue muy valiente. Te felicito. Más gente como tú se necesita en este país." Me he quedado atónito, y cuando finalmente he comprendido lo que me acababa de decir me he puesto rojo como un tomate.
Me ha invitado a comer con ella, y pensando sobre todo en lo escasa de mi reserva alimenticia he aceptado gustoso. Además, ha sido la excusa perfecta para poder charlar tranquilamente y averiguar de primera mano lo que no recordaba de ayer y lo que sucedió posteriormente.
Magda es una mujer encantadora, y no está tan estropeada como me parecía; en realidad tiene sesenta y dos años. Es curioso el hecho de que al ir conociendo a una persona pueda cambiar nuestra percepción de su físico; lo que te podía parecer horrible o molesto puede llegar a ser hasta agradable.
Bien, dejémonos de filosofía barata y volvamos al tema que nos ocupa: resulta que ayer, cuando entré en el piso del vecino, armé tal escándalo que la mitad de los vecinos no pudieron evitar salir de sus hogares e ir a ver qué sucedía. Supongo que el follón que se organizó resultó totalmente intolerable hasta para la egoísta comodidad a la que ha llegado el ser humano en el último siglo, y dejaron de preocuparse de ellos mismos inconscientemente. Lo más curioso es que nadie llamó a la policía. Según me ha contado Magda, los dos chicos que viven en el tercero entraron en el piso mientras el resto de vecinos se reunían en el rellano, mirando incrédulos la puerta arrancada que descansaba en el suelo. La pelea debió durar unos pocos segundos, ya que cuando llegaron ya se habían acallado los gritos y los golpes, y solo se escuchaba el llanto de la mujer y la respiración entrecortada del maltratador. Un minuto después uno de los chicos pidió desde el interior que alguien llamara a una ambulancia, y luego me sacaron de allí semiinconsciente y me llevaron a mi piso. Magda entró junto con dos vecinas e intentó calmar a la mujer herida, que miraba con horror a su hombre, el cual yacía en el suelo como un muñeco desmadejado, cubierto de sangre. La ambulancia llegó media hora después y se los llevaron a los dos. También acudió la policía y tomó declaración a los vecinos. Ninguno de ellos mencionó mi parte en todo aquello, y después de hablarlo entre todos llegaron a la decisión de que me defenderían en caso de que surgieran problemas con la ley.
"Por una vez que alguien hace algo bueno de verdad no le vamos a dejar en la estacada, Daniel" me ha dicho Magda al salir de su apartamento. Sus palabras me han hecho sentir bien, y casi me han hecho olvidar el dolor que todavía me recorre el cuerpo. Uno casi podría pensar en hacer cosas así más a menudo. Como los superhéroes de los cómics.
Joder, se me va la olla.
La mujer a la que ayudé ya está en su casa, pero no su marido -sí, están casados-, que sigue ingresado en el Hospital de Sant Pau de Barcelona. No conozco los detalles, pero no me hace sentir tan bien el saber que he enviado a alguien al hospital. Aunque ese alguien sea un hijo de puta.
Por un instante me he planteado el subir a verla y presentarle mis disculpas por meterme donde no me llaman, pero finalmente he decidido volver al trabajo; me da mal rollo. Además aún está todo muy reciente. Quizás mañana.
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Hoy me ha pasado algo muy bestia
Science FictionNovela FINALISTA de los V Premios Ictineu en la categoría de "Mejor Novela Fantástica". La novela que estás a punto de empezar a leer ya está completa en todas las librerías del país, de la mano de NORMA Editorial, y en Amazon y en otras plataformas...