Capítulo 41

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Lunes 16 de abril de 2007, 17:24 - La prueba

Menuda semanita me espera.

Ahora mismo estoy terminando con el papeleo del primer trimestre, que tengo que entregar al gestor mañana mismo, mientras varios programas minimizados esperan a que me ponga con la imagen corporativa de un nuevo cliente y con la maquetación de una revista. Y eso sin contar que el lunes que viene es Sant Jordi, el día del libro aquí en Catalunya, y que uno de mis mayores clientes es una gran sociedad cooperativa del mundo editorial que querrá que les diseñe carteles, folletos y algunas cosas más, y que, por cierto, aún no se han puesto en contacto conmigo para hablar sobre el tema. Como cada año, habrá que hacerlo todo en los últimos dos días...

Pero me da igual.

Hoy estoy contento, feliz. Primero, por mi triunfal bautismo como defensor de la justicia y, en segundo lugar, por cómo se tomó Sara todo lo que hablamos ayer. Me confesó que la primera vez que le hablé del asunto no me creyó y que se lo tomó como una broma o un juego, pero ayer le demostré que todo era real. Después de la demostración creo que no volverá a dudar más de mi palabra.

La noche del sábado, tras dejar a «Rostro borroso» bajo el eucaliptus y llamar a la policía, ya de camino a casa, me acordé de la herida que me había hecho con la navaja durante nuestra pelea. Me detuve bajo una farola y, después de asegurarme de que nadie me veía, me desabroché la parka y aparté la ropa para poder ver el corte. No me dolía en absoluto y parecía que había dejado de sangrar. No parecía muy profundo, así que retomé el paseo hasta mi apartamento y una vez allí me desnudé y traté de limpiar la herida con agua oxigenada. Entonces me di cuenta de que había desaparecido, de que no quedaba ningún rastro del corte. Realmente me había regenerado, y extraordinariamente rápido.

Sara se asustó al verme llegar junto a la cama con un cuchillo. A punto estuvo de gritar, pero mi mirada serena la tranquilizó un poco. Cuando acerqué la hoja a mi brazo su expresión pasó del miedo a una mezcla de confusión y repugnancia, y al cortarme por debajo del codo y ver el primer hilillo de sangre no pudo evitar levantarse de un salto de la cama y soltar un gritito de incredulidad. Segundos después, empezó a insultarme y a recoger su ropa. Antes de que hubiera terminado de vestirse me pasé la mano por la herida, apartando la sangre, y le mostré mi brazo intacto. Se quedó mirándome sin saber qué decir, con la camiseta a medio poner. Estaba muy sexy.

A partir de ahí, explicarle el resto de la historia fue mucho más fácil.

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Hoy me ha pasado algo muy bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora