Camión de mudanzas

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El pitido de mi despertador me recordó que ya eran las siete de la mañana. Maldije cada minuto de mi existencia pero, muy a mi pesar, me levanté. Como siempre, me paré un segundo delante del espejo. Después de desaprobar mi cara, mi aspecto, encendí la ducha y dejé que No Doubt sonara a toda mecha. 

Mi madre aún dormía, como cada día. Yo siempre era la primera en levantarme. Me gustaba madrugar, ver el precioso amanecer mientras mis pies me llevaban calles abajo, al unísono, uno detrás del otro y aquel frío me hacía sacar el vaho por la boca. Pero aquella mañana no salí a correr. Tenía muchas cosas que hacer. 

Hacía ya dos años que había terminado la universidad. Ansiaba, como nunca, poder marcharme de casa e irme lejos, muy lejos. Pero algo me retenía allí. Bueno, dos cosas: mi madre y el misterio de la muerte de mi padre. No podía irme antes de desvelar ambos. Sabía que el primero sería el más complicado de los dos. 

Sonreí mientras el jabón, mezclado con aquel chorro de agua mágicamente caliente descendía por mis pechos y mis muslos y en lugar de apagar ya el grifo decidí demorarme un poco más. Comenzar así el día no tenía precio.

Me hice una coleta y me puse mi chandal con una sudadera gris de "I Love NY". Como no podía ser de otra forma, abrí la cafetera y me preparé una taza XXL de café. Entonces, un ruido extraño de motor captó mi atención y me acerqué a la venta de la cocina. Justo delante de casa, aparcado, había un camión de mudanzas. Vaya. Los Peterson tuvieron una mala racha. Más que una mala racha muchos lo llamaban una "maldición". La maldición de los Peterson. Como una película de terror, vaya. Ese pobre matrimonio perdió a sus dos hijos en la noche de Halloween. Alguien entró por el patrio trasero, según los informes policiales, y secuestró a ambos chavales, de sólo ocho años. Eran gemelos. Fue todo un fenómeno y la noticia duro años. Nunca se supo nada de ellos. Les dieron por muertos y dejaron de buscarles. A veces, al mirar hacia esa casa tengo la sensación de que los dos me están observando desde la pequeña valla que da al patrio trasero y se me pone todo el pelo del cuerpo de punta. Se me hacía raro que, después de años abandonada por esa terrible historia, ahora había alguien tan capaz y tan valiente como para mudarse a vivir allí.

Abrí la puerta y bajé los escalones de mi entrada con mi taza de café en la mano. Hacía un poco de frío pero se estaba bien. Di un sorbo caliente y vi como dos hombres bajaban un sofá, luego una tele... Moví un poco la cabeza buscando a mi nuevo vecino pero no pude ver nada. Entonces, un ruido sordo de motor me hizo desviar la mirada hacia el garaje. Una Harley Davidson. Uau. Adoraba esas motos. 

"Qué madrugadora"

Di un salto del susto y me giré de golpe. Era mi madre. 

"Dios, mamá, me has dado un susto de muerte"- grité respirando profundamente por la boca

Ella se rascó los ojos con la mano y bostezó.

"¿Qué estás mirando?"

Negué con la cabeza aún aturdida y señalé con la cabeza la casa de los Peterson.

"Parece que alguien se muda a la casa de los Peterson"

"Oh sí, ayer me lo dijeron. Es el hijo de la hermana de Sheila Peterson". 

"¿El primo de los niños desaparecidos?" 

Mi madre asintió mientras se abrazaba, helada. 

"Venga, Kate, vamos dentro que estoy helada. Ahora te cuento"

Entramos y, mientras cerraba la puerta tuve la sensación de que, desde el otro lado de la calle, alguien nos estaba mirando. 

Mi madre abrió el armario de encima de la isla de cocina y cogió un bol. Se sirvió un poco de cereales y luego leche. 

"Me contaron hace un par de semanas que alguien se mudaría a esa casa. Dudé. Lo ignoré, vaya. No sabía que al final sí que se decidiría."

"¿Por qué no me lo dijiste antes?" - ronroneé enfadada

"Vamos, no seas cotilla. No lo sabía cien por cien segura. Aunque... ese chico... no me gusta nada. "

"¿Ese chico? ¿Por qué dices eso? ¿Acaso le conoces?"

Mi madre hizo un breve silencio, se llevó a la boca una cucharada de cereales y, con la mirada perdida en la ventana, espetó.

"No, sólo era una impresión" - entonces levantó la vista hacia mí  - "Por favor, no empecemos. Deja estar el tema. No empieces a fijarte en la casa otra vez, Kate o me vas a volver loca."

"Mamá..."

"Ya basta. Tengo que ir a vestirme o volveré a llegar tarde hoy" - musitó algo nerviosa

Dejé estar el tema y subí a mi habitación. Tenía cosas que hacer y discutir no estaba en mi lista. Abrí mi pequeño cuarto de estudio, justo al lado de mi dormitorio y me encerré dentro. La luz antigua y algo oxidada del techo titubeó de lado a lado cuando tiré del hilo para prenderla. Nuestra casa había sido de mis abuelos. Aún tenía rasgos antiguos pero me encantaba. Nunca me había sentido tan en casa como en ese sitio. Me acerqué a la pared contigua a la pequeña ventana con contornos de madera y descolgué el póster de Viernes 13 que tenía colgado a modo de tapadera. Un montón de papeles pegados a la pared con flechas, números, fotos... parecían ahora cobrar vida ante mis ojos. Deposité el póster en el suelo y me puse mis gafas de leer. Me até la cola en un moño y suspiré. 

A veces pensaba que me había vuelto loca. Si mi madre se enterase de todo aquello se volvería aún más loca que yo. Mi padre murió hacía ya diez años, casi. De hecho, no sé cómo murió. Desapareció. Por eso me quedé tan chocada con la noticia de los gemelos de en frente. Él era policía. Yo tenía doce años cuando todo ocurrió. Me acuerdo de la policía llegando a nuestra casa, de mi madre escogiendo el féretro, de la mujer encargada del entierro preguntándole qué tipo de flores quería, de la misa, del frío que se pegó a mi cuerpo durante la ceremonia y que creo que nunca se fue, de la mirada de mi abuela, rota del dolor, perdida. Creo que nunca la había visto tan triste. 

Me acerqué un poco a la pared. Todas aquellas fotos eran fruto de años de investigación. Creeréis que es una forma de asumir lo que sucedió pero no es así. Cuando cumplí los dieciocho empecé a ver ciertas incongruencias en la causa de mi padre. La policía, también dejó de buscar y se declaró fallecido. No enterramos ningún cuerpo, sólo un féretro vacío. Aquello me rompía el corazón en mil pedazos. No había noche en la que no me tumbara a la cama pensando en mi padre. Por las noches, muy a menudo, observaba el retrato de la que una vez fue mi familia al completo,  lloraba en silencio para que mi madre no me escuchara y se pusiera triste y, entretanto, me quedaba dormida. 

Tenía ya veintidós años, una carrera de derecho en la espalda y una especie de adicción enfermiza por los libros. Trabajaba en una librería de unas calles más abajo para poder pagarme el máster en criminología que estaba cursando. Al final, me planteaba si estaba investigando todo aquello para encontrar la verdad o porque me apasionaba hacerlo. Una vez mi abuelo me dijo: "El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla". Siempre más recordé esa frase. 

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⏰ Last updated: Aug 16, 2019 ⏰

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El vecino de en frenteWhere stories live. Discover now