Parte 4. El cuerpo

19 0 0
                                    

Mi malhumor es cada día mas concurrente. He decidido reconocerlo para poder tratarlo y me he dado cuenta de una obviedad ferviente: mi odio es con el cuerpo. Hoy, por ejemplo, mi deseo sexual es incontenible, no dejo de actuar mas que para el placer, ni pensar mas que para él. Y me molesta. Odio no poder controlarlo y descargo mi odio hasta con el cuerpo mas cercano. Y no establezco conexión mas que descontento. Me puse a pensar, entonces, que cuando éste malhumor no me rodea, es cuando el conocimiento me apacigua. Que me da placer leer, aprender. Que mi cerebro se siente en exploración estimulándome corporalmente hasta el cansancio, me siento activo y revitalizado. Es cuando puedo relacionarme con otras personas con mas soltura y semejanza, porque no me siento parte de su mundo. En cambio, ahora, necesito al otro para estabilizarme. No puedo solo. No puedo ni siquiera acompañado de ron. Ni de ginebra. Tengo que llegar a este punto culmine para llamar a una mujer. Penetrarla las veces necesarias. Acabar mis ansias genitales y recién, librarme de este malestar. Se me complica cada vez mas encontrar a alguien que me trate como puro objeto, un títere totalmente inútil al que desechar, siendo a la vez atractivo suficiente.

 Mi última maestra termino con su vida y ya no me queda a quien acudir. Decidí llamarles maestras con un fin simple, tener una excusa para explicarme, que necesito alguien que me enseñe, una guía, y que en todo este descarrío, sienta la suficiente piedad como para que me encamine. Pero estoy solo. No tengo número al que llamar. Ni ganas suficientes para buscar. Entonces, recién hoy, puedo decir que, a la soledad le tengo temor. Yo, que me pensaba colonizador de esta penuria. Ahora prendo mi tabaco, y lloro. No saben cuánto lloro. Y de tanta lágrima ansiosa sumerjo mi boca en algún alcohol. Que dure lo suficiente, suplico. Mi sed no termina, mi cuerpo abandonado, mi cerebro estalla, con tu permiso, querida noche, escribo:

"Me escapo, lo admito, de la indigencia, de la melancolía. Todos lo hacemos, seres inmundos. Nos escapamos, hipócritas, refugiándonos en "amor", pero en un amor lleno de condicionalidades que nos colocan en un primer plano ante el otro, inconscientemente y de manera tan natural, y deshumanizante. Que no le tememos más que al desamparo. Esperamos del otro, condicionamos al otro, ofrecemos una libertad a base de esposas, y a eso le llamamos afecto. Como si no bastara, encima estigmatizamos al solitario. Y lo volvemos mártir. ¿o acaso exagero? Es que nos cuesta tanto aceptarnos diferentes. Nosotros, los queridos, queremos querer, lo necesitamos, siempre y cuando sea a nuestra conveniencia, claro. Ofrecemos cariño, compañía que bajo nuestros ideales parecen los correctos. Pero si aquel que está aislado no comparte nuestro método, ¿por qué vamos a amarlo bajo nuestras condiciones? ¿No es bastante avasallador y obsoleto de empatía?

A la soledad la idealizamos. Hasta incluso la idolatramos. Para no temerle, la convertimos también en un estilo de vida. Nos separamos del otro bajo su nombre. Nos sentimos cómodos y nosotros, los melancólicos, detestamos el mero pensar que necesitamos al otro. Nos duele abandonar nuestra zona de confort, y lo hacemos, pero siempre con una excusa para volver y desarraigarnos del resto. Y no solo nos cuesta, también fingimos en compañía. Luego volvemos hacia lo oscuro totalmente arrepentidos, como si nos hubiésemos engañado. Somos mártires constantes. Si tan libres nos creemos estando solos, ¿por qué nos avergüenza serlo ante el resto? ¿No será que disfrutamos también el entorno, a tal punto que nos cuesta aceptarlo y nos volvemos negligentes y negadores de placer? ¿No hacemos de nuestra soledad algo innatural y hasta forzado?

¿No somos acaso más que temor? la soledad no es más que una palabra, ¿o no?, ¿desde cuándo nos empezó a definir? Cuánto peso que le damos con el tiempo, cuanto valor le otorgamos, cuanto dejamos que nos decida. ¿Por qué la ocultamos y no le prestamos atención? ¿Es solo un estado de ánimo? Hablamos de ella como si la enfrentásemos y no hacemos otra cosa más que evadirla, tan constantemente que se vuelve un hábito ¿Es causa de aislamiento o gracias a ella nos terminamos asfixiando de gente? ¿es una excusa para escaparnos del entorno? ¿es un refugio al que hay que ingresar con precauciones? Pero nunca nos invade por completo y aun así nos aterroriza incluso tanto como a la muerte, y eso que no llegamos a conocer ninguna de ellas a fondo.

Yo soy en soledad insatisfecha. Yo soy en una soledad cambiante y a la que no le doy ningún rumbo, por eso a veces me domina. A mí, la soledad me tiene perdido.

Me considero en constante conflicto. Yo no soy sin soledad, y me frustra cualquier intento de aquel que viene a quitármela, no considero coherente su accionar con sus intenciones. No es fácil. Dudo que pueda entenderme aquel que vive buscando eterna compañía, un apoyo en donde asentarse, una persona para completarse, la dependencia camuflada, y peor, este tipo de hipocresía que claman en nombre del Amor. No, yo tampoco los entiendo.

Me considero también hipócrita, a veces detestable. Porque mi tristeza me molesta,cuando no me contiene como lo deseo, cuando me penumbra, cuando se comporta como lo que realmente es, cuando me hiere, cuando me cuestiona, y es ahí donde necesito contención. Y es ahí donde me libera, donde no cesa y comienza la búsqueda, donde viene la frustración y la decepción. Porque a mí se me hace tan difícil encontrar Amor, así, sin colocarlo entre comillas. Encuentro condiciones, no libertad. Encuentro discusiones y no debate. Encuentro oposición y no comprensión. Y he encontrado más que insatisfacción y desprecio.Y creo no lamentar para nada el no encajar en estas formas. Creo que soy en soledad, porque aquí he crecido, porque aquí me conozco y cuestiono, porque aquí puedo ser, en deconstrucción constante, porque acá soy como un espacio vacío que contradictoriamente me llena, y ojalá dejen de ofrecerme suelos.Ojalá vengan despojados de la intención de materializar. Ojalá alguien entienda el placer de lo ingrávido y me invada en aire, y me sumerja en signos de interrogación. Y ojalá alguien tome mi caos y agregue el suyo, y que se haga un universo y que se armen catástrofes, y que, en tan poca seguridad, que en tanta nada, nos deshagamos".    

Todavía no ceso. Me quedé sentado en la barra durante tres horas, y nunca llegó. Imaginé que asistir al bar nunca estuvo entre sus pensamientos pues, su aceptación fue solo cortesía. ¿Qué hace un hombre en tal situación? La indignación ya no me hace efecto y, tristemente, no es una situación que me tome por sorpresa. No me entusiasma la llegada, porque se bien que nunca forjé una puerta siquiera. He llegado al punto de una comodidad excesiva e innecesaria. Hasta mi voz me ensordece. Tengo tanto pensamiento rondando diariamente y no hay oídos mas que los propios para que sean escuchados. No debe ser muy sano la charleta solitaria, el divague alargador, así parece. Anteriormente, con algún par de tragos, al menos alimentaba mi angustia. Sentía como aparecía dentro de mi pecho una pesadez tan errante y empezaba a colapsar con grandes inflamaciones. De eso me queda solo el recuerdo, de eso y mucho más. En este punto no me suceden más que interrogantes.

 Y ahora que quiero llorar y envenenarme en sollozos, ni siquiera el agua de mi propio cuerpo quiere hacerme compañía.

(Una maquina escribiendo,
anhelante de sentir una presencia,
de caricia imaginaria).

Dejé el lugar con total desesperanza y en el camino perdí un zapato, y mi abrigo. No siento ni mi ropaje, tampoco lo necesito. Esta pena ya no es pena. Es repetición y castigo. Llegué y me abracé a la almohada como si fuese contacto fijo. En un momento, me desconecté de la escritura y escuché a lo lejos el sonido del teléfono. (Cómo se me escapa la sensatez). Para mi noticia, me estuviste esperando, en el bar de la vuelta, y yo de bar equivocado. ¡Décima vez que me pasa! Pobre de ti, mujer desesperada, que, en cuenta de mis olvidos, apareces en la puerta en plena madrugada. Pobre de ti, que careces de expectativas. Pobre de ti, en vocación sin alma. Y entre lamentos, tú te cansas y, tus llamados cesan. Yo, aún postrado en el sillón, estoy entregado al desánimo que se me hace carne y tejido.
¡No vuelvas ni aun que te clame!;
Tu presencia atrae a la violencia,
y ya no tengo armas. 

Quizá nunca quise verla. Es difícil tratar de entenderme, pero trato. El perdón no te lo pido, porque no me siento arrepentido, mujer. Basta de darme lastima que no soluciona nada. Acepta lo poco que te quieres. Si. Admito. No soy ejemplo de nada. Causo daño, mas nunca te prometí escenas felices. Nos parecemos, basta de culpa. Pero en algún punto te entiendo. Algo hay que sentir.

DesvaríoWhere stories live. Discover now