Capítulo 1. Luz Noceda -Cicatrices de un monstruo.

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Día 287, Año 443 D-GU. De Noche
Islas Hirvientes, Gravesfield

En los confines del océano, cuyas aguas rugían con la furia de mil tempestades, emergía la ciudad insular de Gravesfield. Enclavada en las inmediaciones de la parte derecha del brazo del gigantesco cadáver del Titán de las Islas Hirvientes, esta urbe se erguía como un bastión solitario rodeado de un mar en perpetuo estado de agitación. Las brumas sombrías se aferraban a Gravesfield como una mortaja grisácea, envolviéndola en un velo de misterio y melancolía. El origen de esta neblina persistente se encontraba en las fábricas siderúrgicas que adornaban su paisaje industrial. Las llamas ardientes y el humo asfixiante provenían de los altos hornos donde se transformaba en lingotes de acero el preciado mineral conocido como Hierro de Galdor. Este mineral resistente, extraído de las entrañas de las legendarias Minas Eclipse, era el sustento económico de la ciudad.

El corazón palpitante de Gravesfield estaba poblado mayoritariamente por la raza humana. Un pueblo marcado por la adversidad y la crueldad, cuyos rostros reflejaban las cicatrices de una existencia impregnada de violencia y crimen. Las calles estrechas y retorcidas eran testigos silenciosos de un submundo oscuro, donde la supervivencia estaba reservada para aquellos lo suficientemente astutos o despiadados como para reclamarla. En contraste con la decadencia que asolaba a Gravesfield, su ciudad vecina, Huesosburgo, se alzaba como un faro de prosperidad en el interior de los huesos de la muñeca del colosal titán inerte. Esta metrópolis bulliciosa y vibrante se sustentaba en el comercio y en los avances tecnológicos de la época. Sus calles empedradas estaban salpicadas de talleres y laboratorios, donde los susurros de la ciencia y la alquimia se mezclaban con el zumbido de maquinarias ingeniosas. Huesosburgo era un crisol de razas y criaturas fantásticas, donde brujas, brujos y demonios encontraban su hogar.

La relación entre ambas ciudades era un equilibrio delicado, una simbiosis necesaria para su supervivencia. Los nobles adinerados de Huesosburgo ostentaban la mayoría de las fábricas y las riquezas, invirtiendo en maquinarias sofisticadas que facilitaban la extracción y el procesamiento de minerales. Los habitantes de Gravesfield, a su vez, contribuían con su fuerza y habilidades en el duro trabajo de las fundiciones y en la producción de bienes. Era una alianza forjada en la necesidad y en la dependencia mutua, donde el poder económico de unos se entrelazaba con la fuerza laboral de otros, en un ciclo interminable de explotación y subsistencia.

En la oscura noche que envolvía la ciudad de Gravesfield, un hombre corría desesperado, con el miedo palpable en cada paso que daba. Su mirada perdida reflejaba la angustia de saber que estaba siendo perseguido por alguien que ya no podía ver. Aferrado a una pequeña bolsa de cuero, llena de caracoles de cobre que tintineaban con cada movimiento, su corazón latía con fuerza en su pecho, como un tambor anunciando el peligro inminente. Las calles que atravesaba eran un laberinto decadente y desolador, sumido en la suciedad y el hedor. Un aire viciado de desesperanza se entrelazaba con el olor nauseabundo de la basura acumulada en las esquinas. Los edificios se elevaban en silencio, mostrando cicatrices de abandono y pobreza.

El hombre corría a través de los callejones estrechos y retorcidos, esquivando charcos de agua sucia y escombros despedazados. El eco de sus pisadas resonaba en los muros de los hogares desgastados, mientras los susurros de la decadencia urbana se filtraban desde los rincones oscuros. En su desesperada carrera, se cruzaba con figuras sombrías y demacradas. Algunos desdichados, conocidos como Selkiadictos, vagaban por aquellos callejones, con sus cuerpos mutilados por las llagas producto del consumo y la dependencia de la adictiva droga llamada Selkigris.  

Aquel hombre se sentía exhausto, sus piernas estaban desgastadas por el angustiante ajetreo. Sin embargo, sus pasos no se detuvieron debido a la única y constante idea en su cabeza: salir de allí con vida. Aún se aferraba a la tenue luz de esperanza que creía poseer. Pero esa luz se desvaneció abruptamente cuando recibió un fuerte golpe en la pierna izquierda, lo que lo hizo caer violentamente sobre el deteriorado pavimento. La bolsa de cuero que llevaba consigo se dispersó unos cuantos metros lejos de él, esparciendo los caracoles de cobre por el suelo.

The Owl House: Entre Humanos y BrujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora