Capítulo número uno.

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Realmente estaba cansado. Dante tenía la mirada perdida clavada sobre alguna parte de su salón de clases, quizá miraba a la mosca del banco frente a él o simplemente alguna mancha del decorado de las baldosas. Quién sabe, lo único que él puede recordar de aquel momento es que vagaba entre sus pensamientos, en alguna idiotez de la edad... De un momento a otro la puerta se abrió de un portazo, hubo un estruendo en el salón que retumbó sobre los pasillos de la escuela, algunos gritos salieron de las bocas de sus compañeras. Dante se sobresaltó y apretó un borrador que tenía entre sus manos sin darse cuenta que lo estaba machucando. Tras el estruendo, todos los alumnos presentes vieron a su profesor de historia -y profesor particular de matemáticas para algunos...- entrar casi corriendo. Fue en un simple parpadeo.

Con una mueca de disgusto, Dante pensó en sus dos pequeños gatos corretear por la casa en la madrugada. Aquellos felinos eran como coches de carrera, uno podía encontrarse durmiendo y... ¡FIUM! De un momento a otro, un gato salta sobre tus piernas... ¡y luego otro! Dante solía contar sobre sus pequeños gatos en su salón, pero nadie le prestaba la suficiente atención y aquello le disgustaba. Se sentía patético.

Sin dejar de mirar a su profesor, tomó su teléfono móvil que no paraba de vibrar, discretamente leyó mensaje por mensaje que aparecían en el grupo del salón de clases. Todos hablaban al respecto: que su profesor temblaba, que seguro aquel hombre traía alguna de las suyas, que quizás estaba drogado o quizá lo otro... Dante no le prestan la atención suficiente a aquellos mensajes, su teléfono quedó entre sus débiles manos y su mirada clavada en la nuca de aquel hombre frente a la clase.

Nadie se animaba a decir ni una sola palabra, todos estaban hablando por medio de sus teléfonos, quizá alguna risilla se escapaba de la boca de alguno pero... ¿algo más que eso? no... Su profesor, Silvio, estaba apoyado pesadamente sobre su escritorio, dándole la espalda a los jóvenes. Dante pudo observar la mano temblorosa de aquel hombre conducirse rápida y sigilosamente a su bolsillo derecho, y no pudo evitar sentirse amenazado, pero algo dentro de sí mismo le decía que sentirse así estaba mal, completamente mal. ¿Qué haría un profesor al borde de descomponerse...? ¿algo más que tomar alguna pastilla de su bolsillo?

Dante quiso soltar una carcajada pero la disimuló con una tos aguda que lo avergonzó. Algunas miradas se posaron en él pero rápidamente volvieron a sus teléfonos o sobre Sikvio, había más cosas interesantes que mirarlo a él. Dante se sonrojó al pensarlo y se sintió aún más avergonzado y culpable.

Silvio tiró su saco y portafolios sobre el asiento que corrió tan estrepitosamente como si le quemase las manos. Sin embargo, no fue el único que se fijó, rápidamente el resto de alumnos comentaron algo al respecto: que no paraba de moverse, que temblaba, que estaba pálido, que esto y que aquello. Dante se sintió abrumado y soltó el teléfono debajo de su banco, tragó saliva. Estaba incómodo por la situación que se estaba dando.

Cerró los ojos por un instante en el que sentía que no podía respirar, se estaba atormentando a sí mismo con sus pensamientos, se estaba preocupando demasiado por algo tan estúpido como aquella situación en la que su profesor seguramente les estaba haciendo una obra de teatro de las suyas. Abrió rápidamente los ojos y miró a su profesor, clavó su mirada en la vestimenta que llevaba: aquél que siempre estaba arreglado, hoy estaba completamente desaliñado, parecía ser otra persona y Dante no pudo pensar otra cosa más que su profesor estaba drogado. Según él, su profesor siempre tuvo algo en su mirada... algo que no le daba la misma confianza que otra persona del profesorado. Muchas veces los alumnos vieron a su profesor con aquella actitud, pero era la primera vez que lo veían tan... tan así.

- ¡Queridos alumnos! -exclamó casi gritando, elevando un poco las manos, y tan entusiasmado que todos pudieron notar un pequeño rubor que cada vez se notaba más en aquella piel tan pálida.

LA NECESIDAD DE SER UNO MISMODonde viven las historias. Descúbrelo ahora