3 •-• Encuéntrame.

659 44 8
                                    

Narración por Maximoff, Pietro.

Intuí que a mediados de la madrugada estaríamos en... algún lugar, que seguramente estaba marcado en el mapa.

Los Avengers no eran ni tan mal conocidos tras sus "intentos de salvar al mundo", así que podría jurar que nos llevarían al complejo de pendejos. También llamada, Torre de los Vengadores (nombre más estúpido no pudieron escoger.)

Así es, yo estuve despierto todo éste tiempo... Y no tienen idea como quise golpearlos a todos cuando mi hermanita cayó dormida de nuevo.

En serio, lo odié. Pero estábamos en iguales condiciones, y no pienso recibir choques eléctricos... no quiero, ya no.

Cuándo aterrizamos, nos "despertaron". A mí sólo me movieron e inmediatamente Clinton me apuntó con su arco, lo cual (como todo aquí) detesté, pero fue diferente con Wanda. A ella tuvieron que hacerle oler alcohol o alguna cosa así.

Al estar en condiciones de bajar de pie de la nave, nos obligaron a hacerlo a punta de golpes y fuertes agarres en los brazos que terminaron por irritarme.

La noche no lo parecía, todo estaba igual de iluminado como en el día. Nueva York era una mierda en todas sus letras. Extraño Sokovia. En verdad, lo extraño.

A dónde nos llevaron, había super computadoras como las de Strucker. Paredes de cristal y una voz que parecía la de Dios que retumbaba en todo el tétrico edificio que más bien parecía oficinas de empresa multinacional.

Stark le ordenó a Dios tenernos asegurados en una habitación (Dios se llama Jarvis (que nombre más estúpido) y Dios obedeció.

Esto es a lo que me refiero. Dios no debería recibir ordenes de un pelele muerde almohadas como Stark. Nadie debería, mucho menos de la persona más infeliz y sin sentimientos del mundo.

La habitación en la que Dios nos vigilaba era ancha, oscura y plena para un ritual satánico a cambio de fama.

Al fin, después de todas mis observaciones, quejas silenciosas, miradas pérdidas en las que lo único que notaba era a Wanda afligida, y lo que a mí parecer fueron años, escuché a Wanda. La voz de Wanda que me da... paz...

—Perdón —lloriqueó.

—¿Qué ocurre? —alcé las cejas con confusión. Es triste que después de todo esto, ella sea quien pida perdón.

—Fue mi culpa —chilló aún más—, no debí distraerlos con el árbol, debí matarlos allí mismo —se levantó a patear la pared—. De no haber sido por mis estupideces, seguiríamos en Sokovia, en nuestro hogar.

—Oh, no, Wanda —acudí rápidamente a abrazarla.

Claro, no podía, así que con lo poco que tenía de manos libres, lo usé para acariciarla. Extrañaba esto. Lo extrañaba mucho.

—Estuviste genial, de verdad. Tan sólo... que ellos eran más y, bueno —sonreí un poco para animarla—, somos niños aún.

Por un momento, se tranquilizó. Se calmó un poco. Y yo también.

—¿De verdad crees que estuve genial? —brillaron sus ojos, ahora rojos. Aunque no sabía si eran las lágrimas o la emoción.

—Por supuesto. Y ya deja de llorar, aún seguimos vivos —recordé, sentándome a su lado con empatía—... y juntos. Wanda, te amo.

Ella me miró directamente a los ojos, casi queriendo volver a llorar. Pero al final, sonriendo, inquirió.

—¿Es necesario recordarte que yo a ti también, Pietro?

Mis manos hicieron el reflejo de besarla, pero claro, mis extremidades atadas sólo me permitieron tomarla de sus dedos.

Nos besamos un poco. Queríamos de nuevo ese calor único.

Tal vez nos dejarían dormir, pero sabía que no lo haríamos juntos. Lo cual me dolía. A sabiendas del difícil día que habíamos tenido, ¿harían tal barbaridad?

A veces, nos cantábamos mutuamente hasta dormir. Y para nosotros, "a veces", es siempre. Es por eso que, en su caso de dormir separados, lo único que echaría de menos además de su simple presencia, sería su voz.

Su dulce, dulce voz.

*I can't go any further than this... I want you so badly, it's my biggest wish*

Cómo amo a esta chica. Rogaría porque no me le quitaran nunca...

Al fin, después de un rato de estar juntos, la puerta se abrió y como si ella nos hubiese separado, soltó mis manos.

Era el Capitán. Como siempre, tratando de congeniar y hacernos decirle la verdad.

Claro que lo mandamos a la mierda, lo cual, ameritó un nuevo castigo.

Nos dejarían sin comer.

Uy, que miedo.

Si supiese que podríamos olvidarnos del hambre con nuestra simple compañía, seguramente inventaría nuevas cosas. Pero es tonto. Tonto y retonto.

Cuándo las luces se apagaron (alrededor de veinte minutos después de la tediosa plática con el Capitán), nos disponíamos a dormir Wanda y yo cuando, súbitamente, Dios habló.

—Puedo ordenar que les traigan algo de cenar, el amo Stark piensa que no deberán estar sin comer.

—Lo siento, Dios —respondí yo de mala gana—, somos prisioneros y no queremos lástima de otros. Estamos bien.

Dios no volvió a hablar.

La noche aún no pasaba por completo, y cómo de momento las cosas no podrían ir peor, Wanda y yo nos acurrucamos como pudimos en la improvisada colchoneta.

Estábamos sentimentales. Todo parecía de mal augurio, pues, nuestras mentes, con todo el ajetreo y miedo del qué pasará, lloramos juntos pensando que nuestra última noche juntos se acercaba. Y si no lo hacía, ya estaba aquí.

No podiamos hacer nada, ni acariciarnos, ni besarnos. En esta posición nunca.

Nadie dijo nada sobre el miedo latente, así que, como en los viejos tiempos, ella comenzó preguntándome...

—Can you meet me halfway?

—Right in the borderline? —respondí yo con las manos acercándose lo más posible a ella.

—That's where I'm gonna wait

—For you...

Salió de nosotros al unisono. Y de la nada, la luz se encendió.

Soft.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora