Pobre Kat, que, siendo cegada por lo que se le llamaba amor, no lograba comprender que aquella chica ya no sentía nada por ella, que ya no quería nada con ella, que solo la tenía ahí para decir que no estaba soltera, y que ya no tenía ninguna utilidad más que pararse ahí y verse ridícula.
Y pobre Marco, que trataba de ayudar a su tan querida amiga, pero que ésta ya parecía no escucharlo entre todos sus llantos. Pobre Marco que no sabía qué hacer para que ella se sintiera mejor, pobre de él que tenía que aguantar el verla llorar por horas y horas, haciendo que le doliera la garganta, que le doliera la cabeza, hasta que se quedara dormida.