―Demonios, Mikasa, ¿qué te pasa? ―preguntó Jean, recuperando el ritmo normal de su respiración tras el acto sexual que acababa de suceder en la habitación.
Mikasa aún tenía los ojos perdidos en el cielorraso, su cerebro mandaba órdenes a todas sus extremidades, pero éstas simplemente no querían obedecer. Para ella, las noches que tenía que cumplir con los deberes de esposa y satisfacer los deseos carnales de Jean, eran un tremendo dolor de cabeza, como si tuviera la obligación de caminar por carbón encendido al rojo vivo para salvar su vida.
Jean la tocaba, estimulaba y besaba con algo que Mikasa no podía deducir, ya que, en su mente, en ese preciso instante se tornaba completamente en blanco. No sentía ningún rastro de placer, no sentía esa ansiedad, esas dichosas mariposas en el estómago que él sí le hacía sentir.
Él sí encendía su cuerpo, pues su sola cercanía hacía que sus entrañas se contrajeran, expectantes por lo que a continuación vendría; él sí la hacía sentir mujer, la hacía sentir amada como nunca antes.
―Te dije que hoy estaba indispuesta ―contestó Mikasa a la pregunta de Jean.
Y, a continuación, se volteó, dándole la espalda lentamente a su esposo, logrando conciliar el sueño en esa posición.
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Annie no podía creer todavía lo que Mikasa le contaba; las articulaciones de su mandíbula estaban descolocadas y su boca no podía estar más abierta de lo que ya se encontraba. Mientras la azabache relataba cómo sucedió y se desarrolló su relación con Levi, la rubia no la reconocía en lo más mínimo, ya que hablaba como una colegiala describiendo al gran amor de su vida. Sin embargo, esa era a la Mikasa que quería ver: a la Mikasa soñadora, decidida y capaz de todo. Annie comenzaba a pensar que Levi le hacía muy bien a Mikasa, que era la persona correcta para ella, "su media naranja" como se expresaría alguna revista de Cosmopolitan y los locos test de relaciones amorosas.
Annie, con tan sólo escuchar las maravillas que Mikasa decía de él, ya le estaba dando su bendición. Aunque había un gran detalle, un grandísimo y enorme detalle: Mikasa no era una colegiala, era una mujer casada, y muy mal casada.
Mientras Annie pensaba en positivo, Mikasa era otra cosa completamente diferente. Las emociones de colores no dejaban de programar recuerdos que, creía ella, había dejado olvidados. En toda esa maraña de problemas que se le avecinaban, el más importante era su bebé, el pequeño ser que crecía en su vientre y no quería que le pasara nada malo; no podría lidiar con la perdida si eso sucedía. Con este no. Además de que había un factor muy importante: amaba al padre de este bebé con toda su alma y corazón.
No es que no amara a Jean. Claro que lo amó en su momento y su corazón saltó de alegría cuando el bebé, fruto de su amor por él, algún día estuvo dentro de ella, aunque el padre nunca lo supo.
Los recuerdos no daban tregua, pero estaba preocupada por comenzar a cuidarse desde ya. En ese entonces, hace casi dos años, había sentido la misma alegría que ahora; alegría que no duró mucho, ya que, a la semana de darse cuenta de su embarazo y hacer la visita reglamentaria al médico, había sufrido un aborto espontaneo. El doctor Fritz, después de hacer todos los chequeos y exámenes correspondientes, llegó al dictamen de que todo había sido por un desequilibrio hormonal. Mikasa soñó tanto con un pequeño Jean corriendo por la casa y el jardín, que había dejado de beber sus pastillas anticonceptivas sin consultar a su esposo, pues según este no estaban preparados para criar a un niño. Sin embargo, Mikasa sentía que se le iba la vida. Tener una familia grande y feliz era su mayor sueño, ella tenía tanto amor para dar y, tal vez, ese había sido su pecado: apresurarse cuanto Jean podría haber tenido razón.
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Dile. (RivaMika Fanfic)
RomanceEn verdad lamento ser tan difícil, esa es la única palabra que encuentro para definirme, difícil en cuanto a mi forma de ser, mi manera de pensar, soy difícil de tratar, de querer, de soportar, créeme, sé que lo soy.