La infancia de una persona puede afectar severamente la forma en que esta lleve su vida más adelante. Benjamin Green lo sabe a la perfección. ¿Por qué otro motivo podría haber perdido la capacidad para sentir? ¿Por qué otro motivo no sabría lo que e...
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
―Mamá ―gruño, hundiendo mi rostro entre mis manos y suspirando―. No necesito esto ―señalo.
Mi madre y su extraña necesidad de hacer cosas por mí que yo no necesitaba.
―Quizás tú no lo necesitas. Pero yo sí ―espeta―. No me gusta verte así, mi niño. No me gusta nada.
―Mamá ―digo, pasándome las manos por el rostro, sintiéndome agotado, cansado de discutir y de no saber qué hacer para dejar de preocupar a mi madre―. Ya no soy un niño. No puedes simplemente llegar e intentar solucionar las cosas a tu manera o tomar decisiones por mí ―replico.
Hay infinidad de maneras para 'ayudarme', no hay necesidad de contratar un bendito psicólogo personal, por todos los cielos. Clava sus ojos en los míos, desafiándome y mostrándome su superioridad. Mayor y todo, sé de sobra que ella siempre estará sobre mí. Incluso entonces, cuando estoy de pie frente a ella, sacándole más de una cabeza de altura, lo sé muy bien.
―Sí que puedo ―replica, cruzándose de brazos―. Sigues siendo mi hijo y, si no vas a ayudarte a ti mismo, entonces tengo que hacerlo yo.
―Mamá ―comienzo, de nuevo. Demonios, he dicho mamá tantas veces en los pasados diez minutos que empiezo a sentir como si fuese la única palabra que sé decir.
Su celular comienza a sonar y ella alza un dedo para detenerme.
―¿Hola? ―pregunta. Literalmente puedo ver como su rostro se ilumina, su preocupación se esfuma y su sonrisa crece―. ¡Genial! Puedes pasar, solo tienes que decir que vienes a verme.
Cuelga la llamada tan rápido como contestó y da un aplauso emocionado.
―¿Quién era? ―pregunto, alzando una ceja. No tengo un buen presentimiento sobre esto―. Mamá... ―y ahí está de nuevo.
Un golpe en la puerta me detiene y mi madre se acerca ―aún demasiado emocionada― para abrirla.
―La señorita Carson está afuera ―anuncia la secretaria―. ¿La hago pasar?
Curioso que yo soy el dueño de la empresa, pero cuando mi madre está presente nadie parece inmutarse conmigo.
―Sí, sí. Que pase, que pase.
Diablos, está realmente emocionada. Y, ¿señorita?
Tengo dos objeciones. Primero, cuando mi madre dijo que necesitaba un psicólogo se le había olvidado mencionar que es una mujer. Y, en segundo lugar, pensé que tendría al menos unos días para hacerla entrar en razón. Pero no, claramente ella ya se encargó de todo, demostrándome que ya lo tenía todo perfectamente planeado.
Entonces entra la señorita Carson.
Y, de haber sido posible probablemente habría sentido alguna de esas cosas que suelen sentir los chicos cuando ven a una chica hermosa. Pero, claro está, yo no estoy en aquellas condiciones y no precisamente porque tengo novia. Mis emociones y mis sentimientos están bloqueados: he ahí el enfado y la desesperación de mi madre.