—Te corriste... dentro —cae en cuenta.
—No importa demasiado —aprieta los ojos magenta.
—Es de mala educación —miente temblando, tratando de esfumar la idea de cualquier embarazo o infección de su cabeza, queriendo arrancarle la cabeza al hombre a su lado.
—¿Estás bien? —le mira con cierta angustia, pues se ve muy frágil—. Llamaré a la farmacia... ¿necesitas algo? —Pregunta tomando el teléfono.
El italiano se levanta acelerado, asustando al alemán. Mira el teléfono como el último trago de agua en el desierto.
—Yo les llamo —casi le arrebata el teléfono de las manos—. Seguro a ti te duele hablar, es mejor que lo haga yo ¿Qué quieres? ¿vendas?
—Alcohol y gasa, sí —le mira extrañado, pero cree que tiene una razón muy sensata—. ¿Crees que necesite puntos? —y es que le sigue sangrando un poco. El moreno se muerde el labio pensando que sí que los necesita, pero ir al médico eso no es una opción.
—Yo te los hago —asegura— consígueme una aguja curva y unas pinzas pequeñas... mientras yo llamo a la farmacia —sentencia, tratando de abotonarse la camisa, sin éxito por la falta de botones.
El alemán asiente, con algo de preocupación, pero le deja en la habitación, yendo a buscar lo que pidió.
Luciano se apresura a buscar el número en la guía, marcando con sus manos temblando, cada pitido se le hace más largo y tedioso, hasta que una señorita contesta, pide lo que le encargó el alemán y aparte unos supresores de celo para no tener que acostarse con ese hombre los dos o tres días que le dure el celo.
—Si en su tarjeta de presentación dice "servicio las veinticuatro horas" ¡debería dejar de quejarse si alguien les llama a las dos de la mañana! ¡Más le vale que su repartidor llegue en menos de treinta porque si no juro por la virgen que lo descuartizo y luego a usted, buenas noches! —Cuelga el teléfono con bastante enfado, Lutz entra a la habitación en ese momento.
—Con ese acento que tienes tan horriblemente italiano es natural que no te entiendan, no te enojes con ellos.
—Ya lo he notado —se cruza de piernas—. Tú eres el vivo ejemplo, te digo tráeme nueces y me tres peras, ¿Hablo tan mal el alemán?
—Mejor que un suizo, peor que un austriaco —evalúa.
—Con eso me basta —comienza a buscar su ropa.
—No me dirás que te pondrás ropa —protesta.
—Disculpa. Se me había olvidado el macho alfa que está dispuesto a follarme sin descanso toda la noche y que por eso no puedo ponerme los putos pantalones —sarcasmo puro y duro—. ¿Tienes una papa por cerebro? Usa ese puré de papa par razonar entonces, no puedo salir desnudo por tus vendas.
—No, pero me gusta tu culo —asegura con sinceridad bestial.
—Oh... —el italiano entonces se levanta para darse la vuelta mostrando al alemán su culo de manera descarada, indecente como pocas cosas, con un leve movimiento de cadera, el rubio por supuesto se queda con la boca abierta, admirando sin pudor la humedad que reluce en el área, es entonces cuando Lucano sube enteramente su pantalón—. Pues despídete de él, niño bonito.
El alemán frunce el ceño cruzándose de brazos.
—italiano de mierda.
—Alemán pretencioso —bufa—. No pensarás que esto es algo más allá que el rollo de una noche ¿O sí?
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Verdammt benedizioni (2p GerIta)
Fiksi Penggemarm-preg/omegaverse Luciano pronto se dará cuenta que hay cosas más importantes que su propio placer de la mano de un fornido hombre alemán y un crudo golpe de realidad. Los personajes de Hetalia no me pertenecen.