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« La vida es una caja llena de sorpresas, es una verdadera sensación que te da cada vez que vas a dormir pensando en qué pasará al día siguiente.»

Un gran infierno comenzaba para Junhoe, no tenía una remota idea sobre cómo lidiar y hacer cambiar a Jinhwan, es más, ni siquiera sabía cómo acercarcele sin que le terminara dando un golpe por grosero.


El pelinegro se encontraba leyendo algo sobre mitología celestial, estaba en la sala de música, o más bien su "Aula de trabajo."
El tic tac del reloj ya lo estaba impacientando, y el eco que hacía el golpe de sus yemas en el escritorio lo desesperaba.

Escuchó como la puerta se abría dando paso al azabache.

— Buenos días.— No hubo respuesta del castaño.
— Llegaste tarde.— Esta vez bufó, sacándole una sonrisa socarrona.

— Como quiera no me enseñarás nada hoy.— El azabache se subió en un pequeño banco a bajar el libro que estaba leyendo el día anterior.

— ¿Quien dijo que no?— Alzó una ceja indignado volteandolo a ver.
— A mi me pagan por enseñarte, y no sólo música, también redacción, buen comportamiento y amor hacía algo.—

— Tonterías.— Rodó sus ojos dando por fin con aquél gran libro. Una vez que lo tuvo en sus manos fué a tomar asiento algo retirado del mayor.

— ¿Que tal si comenzamos con saber de nosotros?— cerró el libro ocasionando un pequeño golpeteo entre las páginas.

— Yo no quiero saber de ti.— Lo ignoró siguiendo con lo suyo.

— Pero yo de ti, si.— Se levantó del gran escritorio, incorporó nuevamente su saco negro a su cuerpo y comenzó a caminar hacía el castaño.
Los zapatos de charol negros podían hacer un golpeteo en el suelo a cada paso.
— ¿Qué edad tienes?—

— ¿Eso importa?—. Alzó la mirada topandose con sus ojos obscuros.

— Si, entiende que necesito saber de ti, así sabré que te gusta y que dinámicas poner para enseñar.— Tomó el asiento frente a él.

El castaño arrugó la nariz, le era muy difícil hablar con sus maestros ya que terminaban todos siendo unos hipócritas aborazados, cegados por el dinero. Nunca le enseñaban de una buena forma, todo era a base de gritos e insultos.

— No tengo empeño en escucharte ahora, ¿Crees que podrás hacerme aprender?— Rió algo seco.

— No ahora, lo acabas de decir, poco a poco me ganaré tu confianza.— Se echó hacia atrás recargando su ancha espalda en el respaldo acojinado de aquella silla vintage.
De hecho, toda la casa tenía un toque rústico antíguo moderno, como si esa residencia fuese heredada tras varías generaciones, aunque era así, tenía casi siglo y medio.
— "La felicidad se encuentra al fondo del estanque."— leyó el título del libro que estaba leyendo el chico.
— ¿No eres feliz con lo que tienes?—

— Sólo porque estoy leyendo esto no significa que soy infeliz.— Bajó el libro quedando este a mediación de su rostro, dejando al descubierto de Junhoe sus ojos y ese lindo pequeño lunar acorazonado debajo del ojo derecho.

— Yo lo leía en la preparatoria, cuando me sentía insatisfecho conmigo mismo, cuando sentía que todos estaban en mi contra, cuando... Mi madre me dejó.— Pasó saliva con dificultad, un denso nudo se había formado en su garganta.

— ¿Te abandonó?— Está vez pudo captar la atención del chico, el castaño bajó el libro a sus piernas cerrándolo y dejando su índice en medio de las páginas.

— No, murió.— Inhaló con pesadez, vió al chico con rabia, quería golpearlo, sus ojos eran iguales a él.
Trató de regularizar su respiración y apretó sus puños por debajo de la mesa.

— Oh, como lo siento.— Si, pudo ver que el azabache tenía un lado amable, o más bien, estaba dando a la luz su verdadero ser.

— No pasa nada.— Ya se había tranquilizado, relamió sus labios, estos estaban secos.

El ambiente se había tornado pesado y sigiloso, pero, un suspiro por parte del castaño rompió con aquella incomodidad.

— Tengo diecisiete.—

Junhoe sonrió con levedad.

Esto apenas comenzaba.

The Music Made The Artist ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora