La oscuridad de la noche es tenue, gracias a una luna en cuarto creciente cuya luz reflejada se inmiscuye por las traslúcidas cortinas del ventanal. El silencio del bosque sólo es atormentado por algunos suaves e irregulares sonidos de insectos afuera, y por un no tan suave suspiro en la habitación. El ambiente está ligeramente fresco, pero un calor muy especial rodea parte de mi cuerpo.
Zamas descansa plácidamente a mi lado, rozando sus cabellos con mi mejilla y rodeando mi pecho con uno de sus brazos. Y nuevamente me encuentro en esta grieta entre la vigilia y el sueño, esta suerte de insomnio obligado, que parece haberse hecho una costumbre durante los últimos días. Pero no me aburro de pensar una y otra vez en las circunstancias que convergieron para concluir en esta situación.El día que Zamas y yo llegamos a la Tierra nos encontrábamos especialmente emocionados; desde el alba hasta el ocaso, exterminamos a miles de humanos. Fue una tarea excepcionalmente satisfactoria; ya habíamos acabado con las poblaciones de mortales de la mayoría de los planetas y ahora finalmente era el turno de la Tierra: el planeta que alojaba a los más execrables seres del cosmos, aquellos que osaron desafiar el poder de los dioses. Pero antes de que el sol se pusiera, el cielo fue cubierto por una espesa capa gris, y luego de un rato una fuerte lluvia empezó a caer. No era un impedimento para la consecución de nuestros planes, era ciertamente una suerte de que la lluvia en este mundo fuera simplemente agua, pero la nueva anatomía de mi contraparte era delicada ante los cambios climáticos, por lo que acordamos dar por terminada la cruzada por ese día. Buscamos un refugio transitorio en el que pudiéramos resguardarnos de la lluvia, que nos había atrapado cuando aún estábamos en el medio de un bosque, pero Zamas no tardó en avistar una cabaña sobre lo alto de un valle, oculta entre la espesura de los árboles. Como era de esperarse, la cabaña pertenecía a una pareja de humanos, que actuó con mucho temor ante nuestra imprevista intromisión. Zamas los inmovilizó, los llevó hacia el balcón y lanzó una ráfaga de poder hacia ellos; fue suficiente para asesinarlos y a la vez llevar sus cuerpos algunos kilómetros a lo lejos, a algún lugar alejado de nuestra presencia. Ya adentro, suspiramos y nos sonreímos mutuamente, muy satisfechos con nuestros logros del día. Era sólo el comienzo de lo que sería una larga misión, en la cual la verdadera justicia sería impartida sobre ese mundo ya condenado.
Lo primero que hicimos fue revisar el lugar, para asegurarnos de que no quedara ningún humano alrededor. No había señales de ellos en kilómetros a la redonda, por lo que resolvimos acomodarnos para quedarnos allí esa noche. La sala principal era agradable, no muy grande pero tenía espacio de sobra para ambos, tenía ventanas grandes a los lados y estaba conectada directamente a la cocina por un desayunador. Zamas enseguida se quitó su gi gris, que se había mojado un poco por la lluvia, y lo extendió sobre el respaldo de una silla para que se secara. Yo inspeccioné la cocina y me dispuse a preparar algo para beber; por suerte, aún traía conmigo un poco del té del palacio del Kaioshin, no estaba preparado para probar un té de humanos. Cuando la infusión estuvo lista, llevé las tazas y algunos paquetes de lo que parecían ser aperitivos que se encontraban en la alacena de la cocina y los dispuse sobre una mesa de té que había en la sala, Zamas ya se había acomodado en el sofá contiguo. Se sirvió un poco del té y luego pasó a abrir los paquetes con algo de ansiedad, buscando que esos curiosos alimentos saciaran su voraz apetito luego de un día de suma actividad. Yo me senté sobre un sillón individual frente a Zamas y tomé mi taza con tranquilidad, la que contrastaba bastante con la actitud de mi compañero. Siempre me llamaba la atención la diferencia de nuestras conductas en algunas cosas.
Nunca oculté el hecho de que la decisión de Zamas me generaba cierta... curiosidad. Abandonar su cuerpo divino por el de un insignificante mortal, un despreciable saiyajin para ser preciso, era una idea que aún se me hacía algo descabellada. Por supuesto que comprendía la justificación de los fines, ciertamente la fisonomía de ese mortal llamado Son Goku era algo extraordinario, capaz de luchar a niveles similares al de un Dios de la Destrucción, necesarios para el éxito de nuestro plan. Pero aún así, creo que yo no habría podido hacer un sacrificio así. Mi yo del pasado es más decidido y tesonero que yo. Sin embargo, eso no quita que ese cuerpo tuviera necesidades muy especiales a las que los Kai no estamos acostumbrados. Zamas se había habituado a la mayoría de ellas durante el corto tiempo que pasó solo antes de ir por mí, pero para mí aún eran enigmáticas, confusas,... Particulares. Era capaz de generar inmensas cantidades de poder, pero requería consumir toda esa energía en forma de cuantiosas cantidades de comida, por las que mostraba un interés bastante marcado y que parecían satisfacerlo más que sólo a nivel orgánico. También necesitaba deshacerse de los consecuentes residuos, y eso a veces lo incomodaba en el campo de batalla. Las actividades le causaban cansancio, fatiga en el caso de las jornadas más largas, y necesitaba dormir de 8 a 10 horas diarias para recomponerse. Su cuerpo era resistente a condiciones extremas comparado a un humano común, pero aún así era vulnerable e incluso indefenso ante miles de virus y microorganismos, que podrían matarlo silenciosamente. Su temperatura subía o bajaba con facilidad. Su percepción era distinta a la mía. A veces sentía que había un abismo de diferencia entre este otro yo y mi actual yo. Sé que somos el mismo, que compartimos las mismas convicciones con la misma pasión, que pensamos igual, que sentimos igual, pero cuando algunas de estas circunstancias se presentaba, no podía evitar sentirme un poco distanciado de esta persona.

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Calidez
FanfictionCuando Zamas y Black llegan a la Tierra para efectuar el Plan Cero Humanos, deben organizar su rutina de acuerdo a las posibilidades de ese mundo. Una cabaña usurpada se convierte en el escenario que los obligará a confrontar sus similitudes y sus d...