Astronauta

56 9 0
                                    

Cada noche era costumbre encontrarle asomando la vista por la ventana. Perdido entre las estrellas y constelaciones que se hospedaban durante esas horas en aquel inmenso mar azul de diversos tonos del azul oscuro que sólo ese cielo podía dedicarle.

Pues encontraba tanta magnificencia en lo desconocido.

Descubrir los secretos que guardaba el universo, apostando a toda costa de que la esfera danzante en la que vive, llamada Tierra, no es la única que va por ahí desde el Big Bang.

De entre las paredes de su cuarto azul, decorado con algunos dibujos y característicos súper héroes de cómics en su colcha, destaca su pequeña lámpara de mesa que le regalaron hacía tanto tiempo que cree tenerla desde su uso de consciencia, como una especie de regalo que le felicitaba por el logro de saber lo que sucede. La pantalla, adornado por pequeñas figuras en neutro de Spiderman, Hulk, Iron man, entre tantos; los ilumina a gran tamaño con la básica luz amarilla que proporciona sobre las mismas paredes, tiñéndolas de un verde flojo y alterando el color de los juguetes de su repisa.

Él no es un niño como el resto. Vive en un campo, alejado de la Gran Ciudad para cuidar de su inestable salud con más paciencia. Aún le gustan las figuras de acción, y es amante de sus propios dibujos erráticos y desalineados — como lo pueden ser de un niño de ocho años — de los paisajes que ve fuera de su ventana. Ya que cada noche parece que el mundo decide posar de manera distinta para que él capturase el momento en una hoja blanca con sus lápices de colores.

   — Cariño — entró por la puerta su madre, tomándolo desprevenido — , aquí tienes tu pastel. ¿Pasaste bien tu cumpleaños?

Agradeció y recibió el plato, revisando por encima con el cubierto de que no hubiese ninguna pastilla. - Sí, la pasé muy bien, mai. - dijo, siendo realmente honesto. Aunque por más que las horas hubiesen pasado, sus amigos se hubiesen ido y la fiesta terminado con sus parientes lejanos descansando en las habitaciones contiguas, aún a altas horas sentía un extraño e inexorable sabor amargo jamás antes experimentado que le causaba cierta incomodidad.

El pequeño niño dejó el pedazo de pastel a medio comer sobre su cama. Ya no se le antojaba delicioso y no porque estuviera lleno o desgustado, si no porque de pronto una incertidumbre se instalaba en su garganta y sólo le hacía posible el paso para apenas mantener húmedas sus cuerdas vocales.

Se imaginaba allí, surcando las nubes y lo que estuviera más allá. Alcanzando las estrellas y sintiendo la respectiva euforia del éxito de sentirlas entre sus pequeñas y tiernas manos.

Pronto apoyándose en el marco de la ventana blanca, caería en los brazos de Morfeo, para aventurarse más lejos en el fantástico y milagroso mundo de los sueños, donde no existía límite que lo detuviera y mucho menos una enfermedad que lo restringiera. Sólo él disfrutando de esa pequeña eternidad que nadie podría interrumpir, ni siquiera su hermana mayor a la que estuvo esperando todo el día.

Entonces ella, sonriendo lo tomó en brazos, apartó la silla y lo acomodó en esa pequeña cama individual para que durmiera con tranquilidad. Tomó un lápiz y un papel, escribió unas cuantas palabras y lo dejó encima de la caja grande forrada con un papel de regalo estampado de Buzz Lightyear, como tanto le gustaban a él. Apagó la luz y se despidió con un cariñoso beso en la frente, agradecida de tenerlo un año más.

"Niño de las estrellas,
feliz cumpleaños ♥.
Hubo un accidente en el hospital,
por eso no llegué a tiempo a tu fiesta.
Lo siento.
Igual te compré tu regalo.
que te va a encantar.
Lo usarás en halloween porque te prometí llevarte a pedir dulces este año.
Te amo, hermanito.

Ahora podrás ser un astronauta ♥"

Pero la caja nunca fue abierta por esas pequeñas manos perpetuamente manchadas de pintura. Ni el traje o el casco fueron usados por ese pequeño y frágil cuerpo. Y mucho menos alguien terminó de comer ese pedazo de pastel que él no alcanzó a terminar.

Porque él toda las noches viajaba más lejos de esas cuatro paredes con la velocidad que su infantil mente le permitía sin necesidad de moverse. Saltando de planeta en planeta. Dejando atrás esa molesta silla de rueda y sus medicamentos.

AIMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora