El legado de la bruja- Parte I

7 0 0
                                    

Normalmente, a esa hora de la mañana, la comisaría tercera nunca estaba tan concurrida. Eran más los civiles que iban y venían por los pasillos o que esperaban impacientes ser atendidos en la mesa de entrada, que los agentes de paz. Podrían haber tomado la comisaría y liberado a los presos del calabozo con toda la tranquilidad del mundo que las fuerzas policiales no habrían sido suficientes como para impedirlo.

El subinspector Costa, encerrado en el despacho, había marcado el número de la oficial Castañeda y la había llamado, sin éxito. Entonces se sentó en su escritorio y la esperó. Con los anteojos en la punta de la nariz, echaba la cabeza hacia atrás y entrecerraba los ojos para ver mejor la pequeñísima pantalla del aparatejo móvil.

Ya había salido la noticia. «Hijos de puta» murmuró entre dientes y abrió el link de un diario local. "CHICO MUTILADO Y ASESINADO" rezaba el encabezado, seguido por "sus amigos se encuentran en la lista de sospechosos". La noticia era corta, no tenía más de columna y media. Se había redactado e impreso esa misma mañana, dos horas después del crimen, con los pocos datos que se tenían al respecto. Aparecía el nombre de la víctima, el lugar y los principales sospechosos (Que ahora dormían en el calabozo de la comisaría y que, por cuestiones legales, habían mantenido en el anonimato) y algunos datos y especulaciones paranoicas que no hacían más que infundir el corazón de los lectores con un miedo tan profundo que los haría movilizarse en nombre de Miguel, el chico asesinado.

Había pasado una vez, hace dos años, cuando habían matado una niña menor de edad y los diarios se encargaron de difamar a las fuerzas policiales, conglomerando del otro lado de las puertas de cristal de la comisaría a la mitad de la enfurecida ciudad, cargando pancartas, carteles y megáfonos. Costa pensó entonces que probablemente esto volvería a suceder y no quería ser él quien tuviese que salir a dar la cara ante las cámaras. Por eso era vital que llegase Castañeda, su superior, lo antes posible.

Amanda Castañeda aparcó el automóvil en el estacionamiento interno de la comisaría e ingresó por atrás. Minutos antes había notado un movimiento de civiles inusual en la puerta del establecimiento y al entrar, las personas que se abarrotaban en la sala de espera terminaron de confirmar sus sospechas.

Al verla, la secretaria se levantó, ignorando las caras disgustadas de las personas que esperaban ser atendidas y, mientras murmuraba «Un momento» con voz quebrada, abandonaba su puesto para dirigirse a la cocina a preparar un café doble en los recipientes descartables.

Amanda entró al despacho del subinspector.

- ¿Organizaron una fiesta y no me invitaron?

Costa bloqueó la pantalla del móvil y lo metió en uno de los bolsillos. Se reincorporó y fue a saludarla. Costa era visiblemente más pequeño que ella, quizás unos diez centímetros, y aunque esto lo molestaba un poco, nunca se lo dijo nada a nadie.

—Otro asesinato, Amanda. De los complejos, además. Hoy transportaron a la comisaría a tres chicos que tenés que ver, están en el calabozo. Estaban en el Bosque de los Arrellanes donde encontraron a Miguel, el chico que se murió- Caminó hasta el escritorio de ella y levantó un expediente- Acá está lo poco que sabemos. Ah, y en la sala de espera están los familiares del difunto, no sé qué mierda hacen acá si el cuerpo está en la morgue. Fijate si les decís algo.

La chica abrió la carpeta por la mitad y ojeó los documentos. Estaban metidos sin un orden específico, como si hubiesen hecho todo a las apuradas.

- ¿Qué es esto, Gonzalo? No se entiende nada.

- No te hagas problema, no hay nada demasiado interesante. Después podés leerlo con calma. Es mejor que vayamos a interrogar a los chicos esos, así tenemos más datos para aportar si vienen las cámaras.

La bruja de los ArrellanesWhere stories live. Discover now