La marca de la bruja- Parte II

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Nicolás había estado llorando toda la madrugada y ahora se apretaba los ojos con las manos. Los sentía calientes y como llenos de arena. Cada tanto se los refregaba con fuerza intentado que esa extraña sensación termine de una vez. Además, sentía que el cráneo le iba a explotar en cualquier momento y se imaginó las paredes cubiertas de sangre y restos de hueso y su cuerpo en medio, aún sentado, pero con los brazos colgando y sin cabeza.

No podía levantar la vista ni mucho menos abrir los ojos. La visión borrosa transformaba las líneas de las paredes de la sala de interrogaciones en figuras ondulantes que al cabo de un tiempo se transformaban en la sombra de los árboles del bosque donde horas antes había rondado. Al principio, poco después de quedarse sin lágrimas, las había mirado con una curiosidad infantil. ¿Cómo era posible? Contra las paredes veía las sombras, pero no había ninguna ventana en ese ambiente. Un tiempo después el silencio de la sala se transformó en un suave siseo y casi pudo escuchar el choque de las ramas. Sintió frío, como si la puerta se hubiese abierto de repente y observó. Observó como las sombras danzaban a su alrededor, como un llamado antiguo y profundo. De un momento a otro, algunas ramas, las más pequeñas, comenzaron a transformarse y se achicaron y ensancharon con una flexibilidad increíble. Y de repente ya no había más ramas. Eran manos. Brazos escuálidos y trémulos que golpeaban la pared con violencia. Nicolás gritó y gritó. Nadie entró a su sala.

El siseo de los árboles se transformó en golpes sordos y contundentes que retumbaban en los oídos del chico. Estuvieron así un largo rato, mientras él se tapaba las orejas con las manos y apretaba fuertemente los ojos. Tenía la garganta seca y le dolía, pero gritó con violencia, con todas sus fuerzas, intentando tapar el bullicio.

«Lo siento» exclamaba una y otra vez «lo siento».

Para alejarse de las pesadillas despiertas, se levantó de la silla y se sentó en un rincón de la habitación cuadrada. Cruzó las piernas y se envolvió la cabeza con los brazos. Quería llorar, pero ya nada salía de sus lagrimales. Se había secado por dentro, como un arroyo o un lago. Un lago. Un lago...

Sin quererlo, estaba de vuelta en el bosque de los Arrellanes, cerca de la ruta que lo partía en medio en dos mitades desproporcionadas. Sebastián estaba a su lado, con Sofía colgada del brazo. Alumbraba con la linterna la sombra de los árboles e intentaba determinar la distancia máxima que alcanzaba el lente.

— Parece que tenemos todo— Miguel estaba revolviendo la mochila.

Había terminado de configurar la cámara hace un ratito y ahora el aparato, grande como un melón, descansaba sobre la hierba, al costado del auto. Se habían salido a la banquina y aparcado entre unos altos matorrales que el municipio debía haber podado hace meses, por los abusadores y esas cosas, pero que ahora funcionaban casi como un escondite para el vehículo. Normalmente la policía recorría este tramo de la ruta antes de volver a la ciudad porque los adolescentes acostumbraban escabullirse y adentrarse un poco en el bosque para tener relaciones o fumar marihuana, pero había una curva unos metros antes y era improbable que algún conductor notase el vehículo negro; mucho menos la policía.

Miguel se puso la mochila a los hombros y cerró el baúl de un golpe, luego levantó la cámara del suelo y activó el flash.

— Bueno, ¿Estamos listos? — Dijo y, sin esperar respuesta, se adentró en el bosque.

Los otros tres lo siguieron de cerca y formando una especie de fila. Iban en completo silencio y muy atentos a toda clase de ruido. A veces se escuchaba el aleteo de algún pájaro que se despertaba al sentir los pasos de los chicos o alguna rama quebrarse. Sebastián, quién ahora portaba la cámara, apuntaba el foco de un lado a otro, muerto de miedo. Unos veinte minutos más tarde, el suelo comenzó a ablandarse y sintieron como las zapatillas se les embarraban. «Es por acá» susurró Miguel y después de cambiar levemente el rumbo, siguió marchando, picando con un palo el suelo resbaladizo como intentando medir la profundidad.

La bruja de los ArrellanesWhere stories live. Discover now