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Hay sangre derramada a los pies del Rey. Fortalezas derrumbadas, escudos y espadas destrozados, cuerpos inertes. Reinos caídos y Monarquías crecientes. Muerte a sus pies, vida en sus manos.

-Encontramos el cofre.

Odín, Rey de Asgard, Padre de Todo y protector de los Nueve Reinos mira severamente al guerrero frente a él y observa como sus demás soldados se encargan de colocar y resguardar todos los tesoros de Jötnar.

-Bien, resguárdenlo y prepárense para
partir.

Al Rey de Asgard no le interesa nada de las reliquias de Jötunheim más que tomar el Cofre de los Antiguos Inviernos para poder ponerle fin a la guerra que Laufey, el Rey caído de los Hrímþursar, comenzó con el propósito de someter a los Nueve Reinos a su voluntad.

Laufey buscó una guerra que jamás ganaría. Odín tuvo que sostener una vez más a Gungnir en esa guerra. Ahora la paz de los Nueve Reinos descansa en sus manos.

El Padre de Todo está exhausto. Hace siglos que dejó los campos de batallas atrás, él ahora es diplomacia y acuerdos de paz para evitar conflictos. Planea heredar el trono a su hijo en cuanto regrese a su hogar. Él sólo quiere volver a su reino con su esposa, su hijo y su gente. Ya no es el mismo Rey severo y despiadado de antes.

Camina por los salones de Utgard, la gigantesca fortaleza de hielo que se ha reducido a un montón de bloques derrumbados, olor a sangre y cuerpos de jötnar y guerreros asgardianos en el gélido suelo. Deseos egoístas y nobles sacrificios.

Odín da un último vistazo al trono de Laufey, espera que sea la última vez en la que tenga que intervenir en un conflicto tan grande. Retoma su camino para salir del palacio mientras se pierde en sus pensamientos. Un ruido lo detiene y todo se esfuma de su mente repentinamente.

Escucha claramente metal arrastrándose en el suelo, más claramente, cadenas. Se detiene y se concentra para escuchar mejor. El bullicio de sus guerreros llega desde afuera pero solo eso llega a sus oídos. Suspira y retoma su camino, piensa que el ruido ha sido obra de su cansancio.

No lo es.

Vuelve a escuchar el ruido metálico haciendo eco en las paredes derrumbadas de la fortaleza, lo escucha perfectamente y voltea; viene de las profundidades del castillo. Se aventura por un pasillo apuntando hacia el frente con Gungnir. Es un Rey preparado para cualquier cosa. O casi cualquier cosa. Comete el error de patear un escudo y el ruido deja de escucharse. Guarda silencio, se detiene y espera. Espera. Nada.

El sonido se ha perdido y no le queda más que seguir avanzando, guiado por el último eco que escuchó. No puede dejar que en esta guerra se le escape algo, no puede dejar la paz a su suerte.

Odín continúa por el mismo pasillo, desciende por unas escaleras y se encuentra con un pasillo más estrecho para un Jötun, incluso para él. Se ayuda de Gungnir para iluminar el lugar, la luz ha desaparecido y los vestigios de la guerra han quedado atrás. Es un lugar sombrío, no hay signos de vida ahí, ni siquiera de que alguna vez alguien hubiese caminado por ahí.

Llega al final del pasillo y sólo hay un par de puertas de hielo. Gigantes y gruesas. Heladas y selladas. El ruido no volvió a escucharse y ha llegado a un lugar sin aparente salida. A ambos lados de él paredes heladas, tras de él un pasaje solitario y, frente a él, un par de puertas cerradas.

Se concentra y vuelve a esperar. Espera. Espera. Ahí está. Escucha un leve repiqueteo tras las puertas, apenas audible; se mezcla con un sollozo muy débil que le hace fruncir el ceño. No sabe qué es lo que hay ahí, encerrado y oculto; no sabe qué es lo que Laufey ha encadenado bajo su fortaleza pero no puede dejarlo así. La misericordia que Odín posee no es para dejar ventajas o posibles venganzas.

Displicente SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora