Prólogo

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El cigarrillo se le consumía rápidamente entre los dedos, la bruma que llenaba los alrededores del bar lo hacía sentir irritado. Hoy estaba más lleno que de costumbre lo cual le causaba ganas incontrolables de regresar y beber en la soledad de su departamento.

Le dio un trago al vaso que sostenía con la mano contraria, los hielos chocaron contra el cristal haciéndolo tintinear de manera familiar. Pidió al bar-man que rellenará el vaso, después de ver la lentitud con la que era atendido debido a la sobrepoblación en la barra optó por arrebatarle de manera brusca la botella y ordenarle que la dejará allí.

El cansancio se hacía presente en cada uno de sus movimientos, la rutina se había apoderado de la vida de nuestro joven protagonista los últimos meses. Monotonía, odiaba esa palabra y el conocimiento de que regía cada uno de sus días lo hacía querer golpear su cabeza contra la pared más cercana. Lanzo un suspiro al tiempo que bebía nuevamente todo el contenido del vaso de un sólo sorbo.

-Tan aburrido. - reflexiono en voz baja rellenando por décima vez el recipiente.

El taburete vacío del lado derecho se sacudió, un hombre que parecía un poco más joven se sentó y pidió un coctel de nombre extravagante que prometía ser de colores vividos y perfumados. Lo miro de reojo, una expresión gélida en un rostro particularmente atractivo, debía sacarle algunos centímetros más y con sus vestiduras planas y obscuros parecía más alto. Miraba a su celular atentamente inconsciente incluso de cuando el encargado dejo su trago en la barra.

-Mira al frente estúpido- susurró Santiago, dejándose llevar por los sentidos ya adormecidos por el alcohol.

El desconocido alzó la mirada y la planto en él con una sonrisa sarcástica, guardo su teléfono y tomo la fina copa entre sus dedos, para después escupir una respuesta ante el desagradable comentario.

- ¿Qué más estúpido que embriagarse solo y desahogar tu propio desprecio en los otros?

Justo el blanco. Le dio un trago aún más largo que el anterior a su bebida acabando con ella en cuestión de segundos. Definitivamente el arrogante y de aspecto despreocupado desconocido de al lado había hecho de su día aún peor. No tenía ánimo de lidiar con otro idiota con complejo de superioridad, con su persona era suficiente.

-No tengo ganas de lidiar con niños mimados, mejor bebe tu coctel de mierda de unicornio.

Al carajo con el pensamiento anterior, renunció a su autoproclamado convenio de paz abandonándose a la brutal honestidad que le otorgaba el alcohol. Estaba harto de mantener la careta que ocultaba una retorcida personalidad, no estaba obligado a ser amable con una persona que jamás volvería a ver, aún menos si era hombre pues no podía ni querría llevarlo a su cama.

-Vaya, la frustración sexual de un viejo puede hacerlo bastante grosero- exclamo el joven recargando distraídamente la mejilla en su palma derecha.

Pudo sentir sus palabras como una segunda cuchillada a su orgullo, se preocupó, no sabía si era demasiado obvio o aquel chico simplemente un jodido psíquico. Era cierto, a pesar de tener bastante sexo con su novia en turno, él ya no podía disfrutar de ello pocas veces podía acabar en todos sus encuentros sexuales, lo cierto es que tal vez esa mujer lo había aburrido.

Rellenó su vaso y mientras veía como el licor caía hasta el tope del cristal reflexiono ante las palabras del castaño. Se detuvo y le lanzo una mirada fulminante. Había utilizado la palabra con “v”, ser llamado así a los 26 años era más denigrante que ser llamado “señor” por los niños.

- ¡Ni siquiera alcanzó los treinta!

-La amargura de la vejez no te la da la edad cronológica.

180°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora