Es lunes 4, y las piernas me tiemblan más que nunca.
Estoy a poco más de dos metros de la puerta de Juan Pablo y los talones me cosquillean, como si quisieran salir volando en la otra dirección. Ni en un millón de años me imaginé que estaría en ésta situación, y estoy temblando de pies a cabeza.
Intento mantener la calma y repito lo que diré en mi cabeza, como si de un guión se tratara. Aún sabiendo que él mismo puso la cita, estoy tan nerviosa que siento que necesito sentarme.
Y justo cuando decido estirar la mano y golpear a su puerta, un mensaje en mi teléfono suena, es una nota de voz de Juan Pablo.
-Hola Mía - su voz se escucha apresurada y se me hace un nudo en el estómago - tuve un inconveniente y no nos podremos ver hoy, ¡lo siento! un beso. - me quedo con el teléfono en la mano, observando la puerta marrón frente a mi, que ahora me hace sentir tan pequeña como una hormiga.
Siento como el corazón se me va los pies mientras doy media vuelta y me alejo de su casa, suspiro y miro al suelo intentando no perderme entre las calles de la ciudad y cuando llego a mi apartamento, escribo un mensaje que no envío:
Lunes 4, y no estás.