Tercer acto: Sapos y culebras, que este príncipe escape de su celda.

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-¡No quiero acudir a esa estúpida fiesta!

SiCheng hacía una rabieta en su cama, tirando los cojines al suelo, mientras uno de los sirvientes esperaba a que hubiese acabado para recoger todo e ir a fumarse un piti.

-¡No quiero que me case con alguien a quien ni siquiera conozco!

El octavo cojín se le quedó enganchado en uno de los enganches de las cortinas, pero le dio exactamente igual. HaeChan, tal y como se llamaba el joven trabajador, quería estamparle uno de aquellos suaves almohadones para que se callase de una santa vez.

-¡Agh, a mí tan siquiera me gustan las mujeres!

-Sí, eso lo sabe todo el mundo.

El rubio dejó de intentar destrozar uno de sus peluches para mirar al chico, que apartó su mirada y ahora fingía silbar.

-¿Cómo?

-Debió de haber escuchado voces, señor. Yo no le he dirigido palabra alguna.

Era increíble lo tonto que podía llegar a ser el príncipe, porque se lo tragó y siguió gritando como una diva enfurecida otros diez minutos más.

-Señor... Cállese ya, se lo ruego. Además, creo que tengo algo que le interesará...

WinWin se incorporó, mirándole fijamente mientras lo juzgaba internamente, y le hizo una seña para que se acercase a la cama.

-¿Tienes... droga?

-¿Qué? ¡No! Bueno, sí, pero en esta ocasión no es eso. Sé de alguien que podría ayudarle a anular la fiesta para buscarle esposa.

El príncipe agarró los brazos del trabajador con fuerza, volviendo a su estado de reina del drama. El menor rodó los ojos, impacientándose.

-Por favor, ayúdame a salir de esto...

-Que sí, pesao. Pero no será gratis...

-¡Oye, esos modales! ¡Soy tu superior!

-Que te calles, que sin mí no vas a conseguir librarte de esto.

-Vale, vale...

El de cabello castaño le tendió un papelito verdoso con una dirección y un seudónimo un tanto cutre. Sin embargo, la mirada del joven era seria, así que decidió no hacer ningún comentario al respecto.

-Deberás ir cuando el sol caiga, no le gusta que lo molesten de día. Ten cuidado, podría hacerte cosas muy crueles si se enfada.

-Está bien. ¿Qué te debo?

-Bueno, vi un par de revistas de tíos calientes debajo de tu cama y me interesaría quedármelas. A mi tío le encantan. Ya sabes, cosas de viejos verdes...

-Eso es turbio. ¿Cómo sabes que las guardo ahí?

-No quisieras saberlo...

-Eso me hace cuestionarme muchas cosas.

-Ya, pues no te las cuestiones tanto y planea la forma de salir del castillo sin que se note. Yo me voy ya, que tengo mono de un piti.

Y así fue como HaeChan dejó la habitación para irse al baño de trabajadores a liarse su vicio.

Allí estaba él, a las ocho de la tarde y viendo como meterse en el cubo de la ropa sucia porque su culo no encajaba lo suficiente como para que no sobresaliera de entre los calcetines

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Allí estaba él, a las ocho de la tarde y viendo como meterse en el cubo de la ropa sucia porque su culo no encajaba lo suficiente como para que no sobresaliera de entre los calcetines. El fuerte aroma comenzaba a meterse en sus fosas nasales, atormentándolo. Vale, quizás esa no había sido su mejor idea pero ¿qué se le podía hacer? Absolutamente nada, porque a los cinco minutos de haberse escondido en ese contenedor, su alrededor comenzó a moverse. Ya era demasiado tarde.

-¡Madre mía, esto pesa tanto como un muerto!

El chico comenzó a ponerse nervioso oyendo las maldiciones que soltaba (según dedujo) la mujer. Tras unos dos minutos de traqueteo el tubo comenzó a inclinarse rápidamente y los primeros calzoncillos comenzaban a desaparecer. Sentía como iba bajando hasta otro cubo aún mayor.

-Ale, una tarea menos.

Estaba a salvo por el momento. Solo que ahora no sabía ni donde estaba.

-¡Ay!

¿Qué había sido eso? El príncipe se revolvió sobre algo no demasiado blandito del resorte.

-¿Hay alguien ahí?

-¿Pri-príncipe SiCheng? ¡Madre mía, es usted! ¿Me podría firmar la camiseta?

Al parecer había caído en el cubo de sus acosadoras locas. Vaya, ahora que se paraba a pensarlo con razón le desaparecía siempre la ropa interior, pero nunca habría imaginado que llegaría aquí. El chillido de alegría de la chica alertó al resto de la manada, porque aquello comenzó a moverse tanto que parecía que había un terremoto. WinWin tenía que huir de allí por su salud física y mental, así que comenzó a reptar hasta llegar al borde del contenedor y se dejó caer .

-¡Por favor, no se vaya príncipe! ¡Hágame suya!

-¡No, por dios!

La manada comenzó a perseguirlo desesperadamente, intentado agarrarse a sus ropas. El chico, angustiado, miraba a los lados.

-¡Por favor, dejarme ir! ¡Necesito salir de aquí!

La que parecía ser la jefa de aquél raro "clan" alzó la cabeza y dejó de tirar de su manga.

-¿Y qué obtendremos a cambio, huh?

-¿Mi camiseta?

-¡Uy sí, y quiero verle esos hermosos pectorales!

La jefa gruñó a la que dijo este último y volvió al mirar al chico, que ya no sabía qué hacer exactamente. Estaba entre echar a correr o tumbarse para que viniera la mierda y se lo tragase.

-Venga va, danos la camiseta y no se lo diremos a nadie.

-Madre mía, ¿para qué digo nada? - Susurró mientras comenzaba a desabrocharse los primeros botones de su camisa blanca. Ya iba por el tercero cuando escuchó un ruido hueco.

-¡Qué le estáis haciendo a mi hombre!

El jardinero había acudido al rescate y de un palazo había dejado fuera de combate a una de las locas. La cara del príncipe era un poema. Por otro lado, las acosadoras comenzaron a rodear al trabajador.

-¡Corra, príncipe! Antes de que sea demasiado tarde... Yo las retendré.

No pasaron ni dos segundos y el mayor ya estaba corriendo hacia las puertas de salida, dejando a un ahora desvalido Yuta a su suerte.


De príncipes borrachos y bloqueos #WinIlproyect Donde viven las historias. Descúbrelo ahora