┏━━━━━━━━━━━━━━━┓Lᴀ ᴇxᴘʀᴇsɪᴏ́ɴ ᴅᴇ ᴜɴᴀ ᴘᴇʀsᴏɴᴀ ɴᴏ
sɪᴇᴍᴘʀᴇ ʀᴇғʟᴇᴊᴀ ʟᴏ ϙᴜᴇ ʜᴀʏ ᴇɴ sᴜ ᴄᴏʀᴀᴢᴏ́ɴVivianWrite.
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Desde que tengo uso de razón siempre fuí bastante observadora. Mientras mantenía mi boca sellada en una firme línea de la que ni un silbido podía salir; analizaba cada persona que transitaba a mi alrededor intentando descifrar la verdad de su vida. La verdad que se escondía tras esas sonrientes caras y acalambradas mejillas. No era un simple juego, sino una manera de hacerme creer a mi misma que todos fingíamos felicidad cuándo una desdicha sucumbía en nuestro interior amenazando con hacernos colapsar en cualquier silencio.Aseguraba que nadie podía ser realmente feliz.
Con el paso del tiempo, y la conexión con diversas personas comprendí que el infierno no siempre sucumbía el interior de la gente. La "Verdadera" felicidad si existía, no obstante era igual de pasajera que una lluvia de verano, o una pequeña gripe.
En efecto, podías emitir sonrisas reales, reír a carcajadas, llorar de felicidad, pero al final siempre ibas a terminar en el mismo punto de melancolía en dónde habías iniciado. Ibas a terminar fingiendo felicidad cuando realmente aquel paraíso ya se había marchado de tu cuerpo.¿Irónico, verdad?
Mientras caminaba en una fría noche de invierno, en aquella nueva ciudad de la que apenas sabía pronunciar su nombre; pensé en eso. En la manera en la que las personas fingían la felicidad y escondían su propio infierno. Apostaba que cualquiera que pasara con normalidad a mi costado sostenía en su interior alguna preocupación o batalla personal que escondía tras una brillante mirada, y una alargada sonrisa. Era siempre una extraña actuación humana de la que ni si quiera yo podía negarme en utilizar.
Hundí mi nariz sobre la bufanda de lana que se amoldaba en mi cuello y calé su aroma hasta lo más profundo de mis pulmones antes de decidir adentrarme a la biblioteca comunitaria de esa fría ciudad. Apenas coloqué mi abrigo sobre el peculiar perchero color marrón, Daria, mi compañera de trabajo, llamó mi atención.
—Llegas temprano.
Canturreo con desdén detrás del mostrador con la mitad de su atención centrada sobre su nueva revista Vogue. Cómo siempre, sus pies se hallaban descansando sobre el escritorio de madera sin importarle que alguno de nuestros visitantes notaran nuevamente su falta de respeto y desinterés por el empleo. Era común escuchar a las personas quejarse continuamente de la indiferencia con la que Daria los trataba, y en diversas ocasiones habían socorrido a mí solicitando que intentara conversar con ella acerca de su descarado comportamiento adolescente. No obstante, siempre les mentía, y hacía caso omiso de sus peticiones con tal de no mantener una conversación de más allá de seis palabras con mi compañera.
Solté un pequeño suspiro antes de tomar mi pelo en una pequeña coleta, y acercarme al pequeño carrito de libros para comenzar a acomodar. Apenas empezaba a moverme entre los estrechos pasillos; sentí a mis espaldas la envolvente mirada de Federico, el jóven guardia de seguridad al que le fascinaba escuadriñar depravadamente el cuerpo de cualquier mujer que cruzara por su camino.
—¿Se te ofrece algo?—Pregunté en un tono despectivo sin intentar mirarle. Pude percibir su silueta por el rabillo del ojo removerse incómoda.
—No, nada realmente.
—Excelente.—Comenté con descaro dejando dos libros más sobre un estante y girandome en su dirección una vez que terminé. Para su mala suerte, aquel día me había despertado con audacia en mis venas, y enojo sobre mi alma.— Entonces, deja de mirarme el trasero. Que está muy lejos de ser tuyo.
Cuando mis palabras se adentraron en las profundidades de sus oídos; sus mejillas tomaron un intenso tono rojo que lo llevaron a tratar de excusar lo sucedido. Se movió incómodo de un lado a otro por eternos segundos, y finalmente, optó por huir desvergonzadamente de la escena como sí creyera que aquello desecharía de mis pensamientos el recuerdo de su bochornosa situación. Por un momento sonreí con arrogancia asegurando que mis palabras causarían el impacto correcto como para que él fuera más respetuoso con las visitantes. No obstante, días después, caería en cuenta de todo lo contrario.
Moví mis pies al compás del pequeño carrito, y me desplacé hasta el último pasillo del lugar en donde debía colocar los libros restantes. Misteriosamente, unos pasos antes de llegar, un aroma dulce y afrutado inundó mis fosas nasales y apuñaló por un segundo mi férreo corazón atiborrado de recuerdos. Moví mi cabeza de un lado a otro intentando buscar el origen de aquel desquiciante hedor, pero al arribar hasta el final de mi camino; la respuesta llegó por sí sola.
Sobre el viejo suelo de madera, con cientos de libros y hojas tirados a su alrededor; se encontraba un jóven hombre arrancando con desprecio las páginas de cualquier libro que se presentara en su cercanía. Sus movimientos eran torpes pero desicivos, parecía tener un gran odio acumulado en su interior que solo podía descargar deshojando miles de maravillosas historias.
—¿Qué estás haciendo?—Inquerí, en lugar de salir y llamar al guardia. —Eso está prohibido.—Proseguí, dando un paso más en su dirección, en lugar de un paso atrás de su cercanía.
Un silencio aún más sepulcral nos rodeó, y por una fracción de segundo me arrepentí de haber llamado su atención sin nadie a mi costado que me respaldase. Sin embargo, cuando alzó su vista en mi dirección y me mostró su débil expresión; todo dentro de mí cambió. Lo primero en que mi ojos se centraron fue en su pálida piel de porcelana, y en sus teñidas mejillas rojizas. Lentamente, mi mirada fue navegando por su peculiar rostro hasta encontrar sus alargados ojos oscuros inyectados de sangre, resentimiento y pesar.
Tragué saliva, y desvíe la mirada en cuánto sentí curiosidad por su bienestar.
—Debes irte o llamaré a la policía.—Solté, deseando que entendiera el idioma. Sus facciones daban por hecho de que era de un lugar mucho más lejano que aquí.—Esto es muy ilegal.
Apreté los labios, y todo aquel coraje que había inundado mi cuerpo; se esfumó de mi sangre. Dí un paso atrás, y apreté entre mis brazos los libros que tenía pensado colocar en alguno de los estantes como sí aquello me fuera a salvar.
—Tú...—Le escuché balbucear, y al volver a enfocar mi atención sobre sus movimientos: El ya se encontraba
de pie.—Tú...Entre tambaleos e incompletas palabras; comenzó a caminar en mi dirección con los brazos extendidos, con un aspecto moribundo. Arrugué la nariz cuando nuevamente el olor a alcohol se hizo potente dentro de mis fosas nasales y seguí retrocediendo esperando hacerlo parar, pero comprendiendo segundos después que él no estaría dispuesto a hacerlo.
—Deberías dejar de...
Mis palabras quedaron suspendidas en el aire tras tropezar y caer sobre mi propia espalda provocando un sonido en seco. Con la respiración agitada y las manos temblorosas hice el ademán por volver a levantarme y salir corriendo; sin embargo un pesado cuerpo de aroma desagradable cayó sobre el mío e impidió totalmente completar cualquier acción. Chillé asustada cuando sentí la cabeza del misterioso hombre acomodarse sobre mi pecho y sus manos posicionarse desvergonzadamente alrededor de mis caderas.
—¿Qué estás haciendo?—Las palabras lastimaban como afiladas espinas sobre mi garganta. —¡Quítate ahora mismo!
Sentí mi corazón amenazando con salir huyendo de mi interior en cuanto le observé intentar alzar su cuerpo, posicionando sus manos a cada lado de mi rostro. Entre esa acción, sus ojos se encontraron a centímetros de los míos, intentando descifrar los propios demonios que se almacenaban en el alma del otro. Pronto mis mejillas comenzarían a ser empapadas por sus tibias lágrimas, y mis labios a ser sellados por los suyos.
Por primera vez en la vida, ante mis ojos nadie fingió no haber estado viviendo un infierno.
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Para que nadie se entere.
RomansaVirginia es una misteriosa y solitaria joven que solo desea pasar desapercibida en una nueva ciudad. No obstante, cuando su mirada se encuentra con la figura de un distinguido muchacho de alargados ojos oscuros postrado en el quinto pasillo de la bi...