Era al anochecer cuando un pánico indescriptible devoraba sus entrañas.
Respiraba alterado, recogido en su humilde habitación, aguardando amargamente a que desapareciera la penumbra.
Aquel desdichado padecía de insomnio. No había noche en la que sus sentidos no lo hicieran despertar acalorado, en la que no creciera en él un pavor incontrolable en medio de la oscuridad.