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Desperté a las 8:42 de la mañana. Me quedé mirando la pintura blanca hueso del techo, intentando cambiarla de forma. Me siento en el costado de la cama, tocando los pelos de la alfombra con los dedos de mis pies.
Comienzo a sentir un pequeño dolor en el pecho que se va agravando con los segundos. No siento mi brazo izquierdo y mi respiración se hace más pesada. Oscuridad.
Estoy flotando, miro la parte de atrás de mi cabeza. ¿Que está pasando?
Siento que no soy el mismo. Siento que solo tengo una atadura. No siento ese cansancio mañanero, ni la sed ni el hambre previa del desayuno.
Veo mi cuerpo entero mirando los rincones de la pieza, como si estuviera buscando algo. Cruzamos miradas, nos quedamos quietos unos instantes. Reconozco esa cara, es la mía. Pero no puede ser si la estoy mirando, y no estoy mirando un espejo. Noto que no percibe, que no me ve, que no me considera.
Le digo:
- Notame, esto es extraño para mí.
Se asusta, pero vi en su cara que no sabía qué estaba pasando. No sabía de mi existencia, pero no lo asustaba. No le parecía ajeno, sentía nuestra conexión.
Tras unos instantes abrió la boca:
- ¿Quién o qué eres?
- Soy tú
- No puede ser. Además de que no te veo, no puede ser que me haya duplicado
Pensaba igual que él pero parece que pasó. Lo importante de lo que dijo fue que no me veía. Comencé a levitar hasta el baño. Apenas estuve en frente del lavamanos, mire dónde estaba el espejo y no había nada. No estaba mi reflejo. Existía sin cuerpo.
Sentía, veía, oía, olía, pero no tenía cuerpo.
Me asuste con ese descubrimiento. Me paralicé, mi yo material también.
Pasaron las horas, él se sentó en la cama de esa pieza blanca y desordenada. Había ropa desparramada sobre la silla que estaba en la esquina al lado de la puerta. La cama estaba desecha, lleva varios días así.
El departamento donde vivía no era la gran cosa. Tenía una cocina americana, living comedor integrado, y una terraza de un tamaño respetable donde cabían siete a nueve personas.
El living y el comedor, al igual que la cocina, tenían puros muebles viejos. El living contenía dos sofás cafés -en los que cabían 3 personas en cada uno- en lados opuestos de la pieza con una mesa de vidrio al medio. A cada costado de la mesa de vidrio había un sillón blanco.
Encima de la mesa habían unos libros de poesía y dos ceniceros, cada uno tenía tres cigarros apagados. 
El comedor, continuó al living, tenía una mesa plegable con sus sillas de plástico.
El departamento dos piezas, la principal era un poco más grande que la otra, siendo la grande la mía. Esa tenía una cama para dos personas, aunque su tamaño no era exactamente para ese número.
La pieza más pequeña tenía ocho colchonetas, cada una con su saco de dormir respectivo.
Todas las murallas, a pesar de estar un poco manchadas, eran blancas en una perfecta armonía combinándose con ese piso café de madera.
Las horas pasaron y a mi yo físico le dio hambre así que me hablo
- Voy a comer algo
Camino a la cocina, por un pequeño pasillo que unía todos los lugares, y se sirvió los tallarines que sobraron de la noche anterior.
Sentí la necesidad mortal de seguirlo, la necesidad reflejada en mi esencia, una esencia indemostrable que atormenta hasta al ser más pequeño.
Lo que me dio curiosidad fue que yo no tenía hambre, no tenía esa necesidad básica e invencible del humano.
Apenas comió se armó de valor para hablarme.

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