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Impresionante como a mi ser físico le molesta su propia sangre, le molesta la presencia de su -o nuestro- padre, no le gusta tener que visitarlo. La única razón de por qué lo hace es que lo ve como necesario, como si la sangre lo obligará, como si todos esos años de cuidado y cariño se transformaron en la duración de su sentencia. Pero lo que en verdad me sorprendió fue que lo perturbara tanto esa última pregunta. Siempre mantenía la calma, siempre era frío, incluso, a veces parece sin sentimientos (siendo yo el que no puede sentir). Que lo haya perturbado esa pregunta significa algo, no sé qué, pero algo significa. ¿Será que se siente solo? No me asombraría si fuera así, al final y al cabo es una persona, tiene los mismos deseos que cualquier otro.
Debe querer que alguien lo acompañe, alguien con compartir sus ideas, obras y cuerpo. Puede ser.

Las cosas continuaron igual que siempre, mi papá hablaba de las series que estaba viendo, de los libros que leyó, de lo que hicieron sus mascotas. Yo solo me conformé con asentir y hacer uno que otro comentario. De vez en cuando le contaba las ideas que tenía para mis cuentos y mis poemas, lo que estaban haciendo mis amigos y ese tipo de cosas, todo muy superficial. No quería que se inmiscuyera mucho en mis asuntos, en mis pensamientos.
Las horas pasaron y cuando alcanzaron la cantidad mínima para que la visita sea justo y lo necesario para que mi papá se sienta feliz de que tiene un hijo que lo quiere, me propongo irme. Hago el gesto de pararme, suspirar y decir mientras exhalo "bueno, parece que ya es hora que me vaya. Se está haciendo tarde". Mi padre me invita a comer, pero rechazo la invitación. Tomo mis cosas, me acerco a la puerta, dandole la espalda a mi padre y moviendo la mano de izquierda a derecha por detrás de mi cabeza.
- Espera -me detiene mi padre, acercándose- despídete como corresponde.
Me abraza, me aprieta fuerte con sus brazos.
- Me hace tan feliz tus visitas.
- Que bueno, nos vemos para la próxima.
Me abre la puerta y se queda sosteniéndola para que pase. Pasó a su lado mientras sonrío. Me despido, se despide, de nuevo. Llamó al ascensor, esperando que llegue aparece ese silencio incómodo cuando la conversación se marchita y se vuelve polvo. Llega y me subo, no vuelvo a despedirme.
Ya arriba del ascensor me llena una extraña tristeza, una melancolía no invitada. Me pongo mis audífonos, pongo música y la tristeza aumenta. Me llené de ganas de salir corriendo, de que las amarras que sostienen el ascensor se cortaran y cayera conmigo. No podía sacar a mi papá de mis pensamientos, de mi cabeza. No podía sacar esa huella que me dejó, esas ideas, su crianza. ¡Mierda!, no sé qué hacer, todo está borroso.
Camino a casa paso a un bar a tomarme una cerveza mientras fumo acompañado de mis pensamientos.
La cerveza va disminuyendo y el cigarro achicándose, recupero la calma. Saco mi libreta que siempre llevo conmigo y me pongo a escribir.
"En la noche de un miércoles se pone a llover palabras. Como una telaraña, el papel las atrapa y las encapsula, las devora.
Gotas salen disparadas de mi boca y se impactan contra la pared de un bar, la cerveza está aguada.
La mierda está dulce, dice mi estómago. La comida le falta sabor, sin ella no puedo respirar.
Las mañanas presagian el día siguiente y las noches el día anterior. Las tardes bailan solas."
Termino el texto amorfo que llamó poema junto a mi cerveza. Lo leo un par de veces y contuve las ganas de quemarlo, de destruirlo y botarlo a la basura para olvidar que lo escribí, olvidar que escribo cosas sin sentido.
Dejo la libreta sobre la mesa, la observo mientras me fumo otro cigarro. Una mesera se acerca, no la miro.
- ¿Terminó? -me pregunta-.
- Sí -le respondo- no voy a tomar más. Puede llevarse el vaso.
- ¿Escribe? -pregunta mientras se lleva las cosas-.
Asiento con la cabeza.
- ¿Qué escribes?
- Estupideces, las llamo poesía pero es pura mierda. -mostrando una clara cara de disgusto contra la libreta-.
- No creo que sea así -dice- debe ser complicado escribir poesía, apuesto que escribes bien. ¿Puedo leer un poco?
La miro a los ojos, no sabía su razón para leerla, pero la deje. Sus ojos recorren las páginas con gran atención. Los míos recorren su cara. Es redonda, pero bien formada, con una mandíbula bien definida. Tiene pecas en la nariz y en los pómulos; sus ojos estaban un poco separados y de forma fina, como una hoja, de color avellana. Sus cejas eran finas, al igual que su nariz. Tiene una frente grande. Tiene el pelo corto y de color moreno. No podría decir que era fea.
Al terminar la lectura, de la página que eligió al azar, me dice:
- Escribes bien, son muy buenos -se notaba que no lo entendió, creo que no quería dañarme.- ¿escribes seguido?
- Solo cuando se me ocurre algo.
- Oye, mi turno termina dentro de poco. Si quieres podríamos tomar algo. Nunca he tenido la oportunidad de conocer a un poeta.
Suelta una pequeña carcajada al terminar la frase. No sabía si aceptar o no la invitación, estaba cansado y quería estar solo, acepté la invitación. Se despide y dice que la espere treinta minutos.

Mi ser físico está nervioso, se acaba de poner en el foco de la luz. No sabía si esperarla o escapar de la situación, lo sentía. Fue una tarde agotadora para él, emociones no invitadas (¿alguna vez lo han sido?) fluyeron dentro de su ser. Solo él y yo sabíamos lo que estaba pasando por su mete, nada.

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